Otoño de 1958. Esquire le pide a un principiante Art Kane una foto con diferentes músicos de jazz a fin de reflejar la potencia de la escena. El fotógrafo, del que todavía poco se sabía de su enorme genialidad creativa, acudió al reconocido crítico Nat Hentoff para que lo ayude a lograr su objetivo, ya que si dependía del aviso que había colgado en el sindicato de músicos neoyorkinos era muy probable que la misión termine siendo más que fallida. La unión de fuerzas entre Kane y Hentoff, en cambio, fue imbatible.
La convocatoria logró reunir a 57 nombres tan trascendentales en la escena que no tuvo que pasar mucho tiempo para que la fotografía sea apreciada como la constelación que era (y es) y lo viva que se mantendría a medida que la historia musical de cada uno de ellos se siguiera escribiendo, pero, más aún, la historia afroamericana.

Un gran día en Harlem, por Art Kane. Los 57 músicos son, de izquierda a derecha y de las filas de atrás hasta las de delante: Benny Golson, Art Farmer, Wilbur Ware, Hilton Jefferson, Art Blakey, Chubby Jackson, Johnny Griffin, Dicky Wells, Buck Clayton, Taft Jordan, Zutty Singleton, Red Allen, Sonny Greer, Jimmy Jones, Tyree Glenn, Miff Mole, J. C. Higginbotham, Charles Mingus, Jo Jones, Gene Krupa, Osie Johnson, Max Kaminsky, George Wettling, Bud Freeman, Pee Wee Russell, Buster Bailey, Scoville Browne, Bill Crump, Ernie Wilkins, Sahib Shihab, Sonny Rollins, Gigi Gryce, Hank Jones, Eddie Locke, Horace Silver, Luckey Roberts, Maxine Sullivan, Jimmy Rushing, Joe Thomas, Stuff Smith, Coleman Hawkins, Rudy Powell, Oscar Pettiford, Marian McPartland, Lawrence Brown, Marylou Williams, Emmet Berry, Theolonius Monk, Vic Dickinson, Milt Hinton, Lester Young, Rex Stewart, J. C. Heard, Gerry Mulligan, Roy Eldridge, Dizzy Gillespie, Count Basie.
Un gran día en Harlem, el nombre que recibió la foto, construyó en presente pura memoria colectiva llegando justo a tiempo y asomando desde uno de los pulmones de la cultura negra, emergiendo de las cenizas de lo que supo ser El Renacimiento de Harlem. Mientras esos hombres y mujeres encendían la noche en los antros de Nueva York desdoblándose de la segregación y coqueteando con todos los límites posibles, el nuevo despertar hambriento de libertades ya no se palpitaba, sucedía. Y Art Kane lo registraba para siempre en su punto exacto.
A esa cita dada aquel martes 12 de agosto a las 10 am en la Calle 126 Este #17 se la recreó y homenajeó de las formas más diversas, hasta Steven Spielberg quiso abrazarla con su película La Terminal (2004). El padre del protagonista era un húngaro que vio la obra de Kane en un diario y dedicó toda su vida a reunir fotos y autógrafos de cada uno de los 57 músicos. Una vez fallecido, su hijo Viktor, interpretado por Tom Hanks, llega a Estados Unidos para completar su misión porque le falta la firma de Benny Golson. El toque de gracia: sobre el final, el músico aparece tocando brevemente Killer Joe.
Diez años antes de la película de Spielberg, olvidable, por cierto, se estrenó el documental de Jean Bach, que lleva el mismo nombre que la foto y sí es exquisito para ver, contando los detalles del encuentro.
Vale decir que suele perderse de vista, a raíz del regodeo que dan los nombres que integran la imagen, que el trabajo de Kane es genial. No sólo por capturar la imagen con frescura, por no domesticar la informalidad y espontaneidad con la que el encuentro transcurría, retratando, incluso, al desorden como un valor afectivo y fraternal, en definitiva, real, sino que también por darle lugar a esa fachada típica y la presencia de algunos niños del barrio, convirtiendo así, también, a la fotografía en una pieza de identidad tal que da un ADN de su tiempo y espacio.
Y esa definición creativa es importante porque nada se detiene, todo se transforma, y vaya que de eso sabe la comunidad negra: cuando los movimientos de derechos civiles comenzaban a menguar surgieron los revolucionarios, aquella revolución inconclusa y frustrada aportó nuevas mareas de duelo al genocidio negro comandado por Nixon y profundizado por Reagan; estallaron el crack y las pandillas, los guetos se prendieron fuego y entre esas llamas aparecieron los nuevos sonidos que se apropiaban, aceleraban, actualizaban y agitaban a los antecesores. Apareció el hip hop, el gangsta rap y llegamos a los 90.
En 1995, la revista Life reunió a diez de los doce músicos sobrevivientes de la imagen de Kane para que Gordon Parks los fotografíe en el mismo lugar. El tiempo había pasado para todos, incluso para la fachada de la casa y para los niños que asomaban, la mayoría, de hecho, ya no estaba (y viniendo de Gordon podría ser tranquilamente un guiño a la generación perdida). En pleno clímax de la época dorada del hip hop y un Harlem más «aburguesado», las paredes -con ventanas acuarteladas y algunos dejos de grafitis- contienen la imagen de los jazzeros que se esparcen por el espacio frente a la ausencia de los que ya no están, y en esa ausencia también se incluye todo lo que no pudo ser.

Un gran día en Harlem. Por Gordon Parks, 1995
Pasaron 3 años de aquel registro para que la revista XXL le pida a Parks que vuelva a la Calle 126 Este. Pasaron 3 años y varias cuestiones culturales más en el medio, sobre todo la tremenda sensación de que el hip hop había muerto, por lo que parece lógico y sustancial que, sobre el final del siglo, como moño a la vieja escuela y a la época dorada, la revista haya imaginado una foto con la escena rapera rememorando Un gran día en Harlem.
Jonathan Rheingold, flamante director en ese momento de XXL y arengador principal de la idea, cuenta que la previa fue una locura y tomó la agenda de todo el equipo creativo por semanas. Rheingold suele ser reconocido por su paso (y peso) por diversas editoriales, pero es, además, uno de los principales coleccionistas de fotos que hacen a la historia cultural y musical. Ese ojo sensible y filoso comulgado a su experiencia en publicaciones le dio la claridad necesaria para no dejarse convencer de que era imposible recrear la imagen de Kane, y también le permitió ver la fuerza que el trabajo final tendría, sobre todo, una vez que se confirmó que quien dispararía sería el histórico activista Parks.
“Era difícil y un trabajo enorme, pero imposible no”, escribe Rheingold en la página que registra por completo toda esta organización previa y el backstage, incluyendo las fotos que él mismo sacó. Pero, por cierto, también era un acto de fe: sería una tapa doble con las dos generaciones que dieron forma a un nuevo movimiento y género, pero que a nivel crítico y social estaban en su peor momento. Parks, de hecho, primero rechazó la oferta, y la acepta a partir de profundizar en el linaje histórico generacional entre la foto de Kane, lo acontecido los últimos 40 años y la imagen que finalmente él sí tomaría un 28 de septiembre de aquel 1998.

XXL #7 (Ver imagen ampliada con nombres / sin nombres) Foto de Gordon Parks, 1998
Y es acá que vemos el fondo de la cuestión: tanto el jazz como el hip hop nacen como movimiento y género que continúa una misma historia, nacen y se suceden juntos, parece que uno se come a otro, aunque en realidad no, conviven y chocan, como toda familia, y se mudan, reencuentran, celebran, crecen. Es por eso que sus voces son temporales pero no son ritmos de época, por el contrario, construyen nuevas bases de una misma cultura, por eso resisten y emergen. Sin ir más lejos, estamos en un nuevo siglo, a más de 60 años de la primera foto y a más de 20 de la segunda, con las dos escenas renovadas y consolidadas, comprendiéndose a sí mismas ya no como una causa y un efecto, sino como una alianza necesaria para seguir escribiendo la historia, una historia que nos une a todos y que se trata siempre de lo mismo: libertades cívicas a merced de las libertades sociales.
*La foto de la portada es la casa en la actualidad
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