Apenas pasada la medianoche del 14 de febrero de 2016, Kanye West llegaba al escenario de SNL. Ultralight Beam fue la pista que abrió el show, y era la que abriría The Life of Pablo, el disco que apenas un rato después se daría a conocer.
La canción ya la conocemos todos, así que sabemos que Kanye no lo hace solo. Lo que no sabíamos en ese momento es que, dos minutos y medio después de comenzar su actuación, el hip hop oficializaría el nacimiento de una nueva generación dentro de su era moderna.
Mientras que Kelly Price, The-Dream y Kirk Franklin acompañaron maravillosa y emotivamente a un West que estaba rodeado por todos, con esa fuerza imbatible que dan a primera impresión los coros, la participación de Chance the Rapper representó su bautismo, un pase de manos del fuego sagrado que lo terminó convirtiendo en el gran ganador de la noche, uno de los triunfales del año y fundación de la nueva generación más reciente.
Podemos decir que hay tres grandes épocas en el hip hop: la Vieja Escuela (70s/80s), la Época Dorada (90s) y el Hip Hop Moderno (2000s). Metiéndonos en cada una de estas etapas vemos que generacionalmente el mundo del rap se renueva a otra velocidad, una velocidad que es la de la urgencia con la que los raperos toman esa llave para salir de los barrios y cambiar la vida que llevan; esto provoca que cada tres años, aproximadamente, tengamos nuevos nombres y sonidos dentro de esas grandes eras tan bien definidas, delimitadas, y, consecuentemente, diferenciadas por sus lecturas políticas, sociales y culturales, tanto de los escenarios que los vieron crecer, desarrollarse, como de los horizontes a conquistar. Por eso, además de inevitable, es tan saludable y vital que se den las rivalidades que se dan: están dando testimonio sobre los mismos asuntos pero desde diferentes lugares en un país ampliamente desigual.
“Cuando vengan por vos escudaré tu nombre”, arranca su parte Chance the Rapper. Sus versos son superadores, son un manifiesto de su espíritu y de la experiencia de ser parte de ese coro y séquito que acompaña al padre supremo del hip hop moderno. De hecho, cuando todos fueron (fuimos) por él, por su apoyo caprichoso a Trump, Chance salió a «escudarlo» resumiendo su amor incondicional en una sola oración, «él no es mi amigo, él es mi familia». Y aquella noche, la del Día de los Enamorados, en la televisión frente a todos, también nos advirtió de este lazo sostenido en la admiración, el respeto y la gratitud. Por lo que, cuando llegó su turno en SNL, él sabía lo que estaba en juego, y no solamente lo aprovechó, también lo disfrutó y expandió toda esa energía que el góspel tiene para dar, pero, sobre todo, la de su propia personalidad y visión: “Conocí a Kanye West, nunca voy a fallar”.
Cuando finalmente The Life of Pablo salió, todos sabíamos que esa no sería una canción más y que los versos del heredero de Chicago serían inolvidables en muchos niveles.
Esta es otra de las razones por las cuales no es para nada menor el crecimiento y la atenta difusión del Servicio Dominical de Kanye. Por un lado, porque le da la posibilidad de seguir creando desde un lugar mucho más íntimo, pausado, conectado con su potencial innegable, incluso, a pesar de él y de sus propios fantasmas, y por otro, quizás el principal, es que desde ahí contempla, construye y alimenta su sentido de raíz, colectividad y florecimiento, también incluso a pesar de él y de sus volátiles convicciones.
Mientras tanto ya estamos viendo, desde hace unos meses para acá, cómo será el escenario de los próximos años, un escenario que tendrá como voz de guía, en un linaje que nunca se detiene, a Chance the Rapper.
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