El hombre orquesta. Así lo llama Questlove. Claro que no es el único, pero en Questlove esta definición tiene otro peso, y no por su cercanía casi fraternal, también porque de los muchos hombre orquesta que Q conoció y conoce lo elige a él, porque “él es la idea del hombre orquesta en cuerpo, mente, alma. Y este disco es el Apocalipsis Now de la música negra”.
Él es D’Angelo, y el “Apocalipsis Now de la música negra” es Black Messiah, la obra con la que el artista volvió después de catorce años.
A partir de su paso por el infierno y su supervivencia, pero con una mirada que va más allá de su ombligo, esta vuelta a escena es su visión reflexiva de las atmósferas que sostienen la destrucción y el renacimiento interno mientras que afuera hay una realidad que te exige estar de pie y lúcido porque hay demasiado por hacer.
Black Messiah empieza mucho antes de lo palpable. Es más bien el punto exorcista de las contradicciones humanas más obvias lidiando con otras no tan obvias ni tan saludables, las que se imponen en la industria y/o las que se fuerzan desde la mirada ajena, por citar solo algunas.

Foto de Moshe Brakha
Un momento de quiebre en la carrera del músico fue el video de Untitled (How Does It Feel?), esa apuesta sexual sin metáfora, rebotando entre lo voyeur y la invitación más carnal posible a través de una pantalla. “Fue hecho para las mujeres”, explicaba Paul Hunter, el director. “La idea era que cada mujer se sintiera con él, que cualquier mujer que viera el video se sintiera en acción directa e íntima con él”, se justificaba Dominique Trenier, la mánager de aquel entonces. El tema es que D’Angelo no quería estar con cada mujer, tenía el corazón roto por la mujer que lo había abandonado y se sentía abrumado por la expectativa alrededor de él y su figura.
Alan Leeds, tour manager de Prince y también de D’Angelo, contó que nunca se había dado cuenta lo muy vulnerable que el artista era, que llegó muy tarde a comprender la profundidad de los sentimientos y las inseguridades musicales y emocionales que él planteaba y a las que todos le respondían haciendo alarde del éxito que tenía con las mujeres. Leeds también cuenta que la mayoría creía que gran parte de los conflictos internos tenían que ver con la imponente figura paternal y su peso religioso, entonces era habitual citarle justamente a Prince como un ejemplo de controversia sexual, conciencia espiritual y vaivenes de los más insólitos en cuanto a la religión. Pero, mal de muchos, consuelo de tontos.
Este tiempo fue un verdadero foco de conflicto y sensibilidad. D’Angelo no solo intentaba unificar su percepción del arte con la idea que la gente, incluso la más cercana, empezó a hacerse de él, sino que también lidiaba con la distancia que tomó su familia renegando de su explotación erótica, con la discográfica que lo empujó a un limbo y con ese amor insuperable que cada vez se fue haciendo más irrecuperable. Lo único que se mantuvo ahí fueron las adicciones y los fantasmas, los que terminaron haciéndolo estallar con su auto en las calles de Virginia y llevándolo al hospital.
Es ahí que empezó Black Messiah, por eso no es casual que su sonido no solo rememore al principio de su carrera sino que también a un principio de los sonidos negros. El principio temporal se representa en los reinicios, y ese reinicio individual se materializó en sintonía con el contexto social [del que hablaron él y Bobby Seale en esta nota].
D’Angelo es D’Angelo, pero también es un tono de Al Green y de Sly Stone. Y puede ser Curtis Mayfield en un tema y saltar a otro reencarnando a Marvin Gaye. De nuevo, también es Prince, y no solo en su erótica ni en su contradicción, lo es en algunos falsetes, en versos y en música, al menos cuando no es George Benson. D’Angelo trasciende y une las líneas de sus influencias y recrea nuevas dimensiones que hacen de su genética una genética en común. Esto aplica al artista como al humano.
«Se trata de las personas que se levantan en cada lugar donde una comunidad se cansó y decidió hacer que el cambio suceda”, reza en las notas incluidas en Black Messiah no sin antes recordar lugares puntuales como Ferguson o Egipto, un punto en el mapa norteamericano y otro africano unidos como un espejo de lucha, una vez más, y como puente al acontecimiento social justo en sí, porque “no es un solo hombre. Es una sensación de que todos somos ese líder”. Sí, Black Messiah es el poder colectivo que parte de la propia asimilación, de ese conceder que se da en uno cuando se involucra en un todo. No necesita ponerse él en la tapa porque ya no se trata de él, es él en todos esos cuerpos y todos esos cuerpos son él.
Por eso estas canciones son de su corazón roto y no correspondido, pero también es el espíritu que duele por el asesinato en manos de la policía de Michael Brown y -a través de ese duelo- un duelo por todas las víctimas de la represión y violencia estatal. Así es como se enriquecen y se llevan hacia nuevas direcciones y profundidades cada uno de los temas. Prayer o The Charade se amplifican en diálogo con Really Love o Ain’t Easy, y todos llegan a un clímax que se contiene en Betray My Heart, la que guarda el verso que marca un posicionamiento con todo aquello que abraza, “nunca pensés que mi amor no es sincero”, pero también, o justamente por esto, con él mismo, “nunca traicionaré mi corazón”.
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