Una de esas pistas salvadoras de la adultez es traducir la necesidad de constituir hogar, que nada tiene que ver con “el sueño de la casa propia”. Esa necesidad de hogar a la que refiero es más bien una tarea de composición interna, a su ritmo, y recrea una implicancia de efectos que incluye una actualización inevitable de quiénes somos y cómo nos asimilamos como sujetos sociales, culturales y políticos. Más allá de lo que es familia o nos es familiar, lo visualizamos como una extensión de nuestra voz más íntima, de un tiempo y espacio paralelo, con una memoria despierta que repara, contempla y proyecta como un collage las emotividades, ausencias, presencias, escenarios, los restos de recuerdos que ya nunca serán fieles pero no por eso son menos verdaderos, porque son nuestros. Podemos decir que es donde vamos a estar salvo, pero toda salvación no emerge mágicamente.
Entre el melancólico “de donde venimos” y el ansioso “a donde vamos”, los símbolos moldean la identidad y dan pauta de la relación que tenemos con los lugares que habitamos. Porque claro que un hogar no es algo individual, nunca se es “hogar” solo, nunca estamos solos aun en la más selectiva y visible soledad. Childish Gambino supo graficar esta idea mejor que nadie en su STN MTN, y no tan solo por darle al mixtape el nombre de la ciudad que lo vio crecer, Stone Mountain, al este de la siempre tan bien narrada por él Atlanta. Sino porque se alimenta literalmente de su percepción frente al ambiente local. Exprime la historia sonora siguiendo los pasos de los diferentes nombres que hicieron cultura en La Meca Negra, y apela a la tradición en su punto más puro: voces radiales y los clásicos que pusieron a mover a todos en los clubes nocturnos locales. El hogar funciona acá como una cita colectiva, un sentido romántico de una posible patria ideal, un micronacionalismo a corazón abierto que reivindica a los que inspiraron el camino de tal forma que nadie se perdería siguiendo esa señalética musical.

Donald Glover por Vittorio Zunino Celotto
Mientras que Glover utiliza rasgos poderosos de su Atlanta para contarnos quien es y desde el lugar que nos habla, Solange en When I Get Home también rescata el punto geográfico que la vio nacer, pero lo hace en otro plan.
La Knowles talentosa y lúcida volvió a su Houston natal luego de una etapa inquietante en lo personal, la que la mantuvo alejada de las luces y la llevó a menguar el envión exitoso de ese disco gema que es A Seat At The Table. La magnitud de su arte y el respeto ganado a fuerza de su talento no se vieron afectados en el retiro, por el contrario. Por eso, es aún más válido que su regreso musical sea el que es, porque Solange podría haber explotado -comercial o “confesionalmente”- la situación o reactivar el punto suspendido en el que todo había quedado antes de su pausa, pero no. Decidió, una vez más, ir a contramano de lo que la industria espera y lanzó un álbum nuevo jugado e íntimo, sin morbosidad y con éxtasis, una intimidad tan personal y particular que nos empuja a todos a cierto voyeurismo.

Solange por Tim Walker
“Cuando pasás por algo así, lo que más anhelás son las cosas que permanecen igual. Y sé que siempre puedo regresar a Houston. Así que alquilé silenciosamente una casa en Third Ward, frente a Wichita, y ahí, entre reflexiones de mi propio viaje, comencé a escribir música nueva. No hay nada como volver a casa, bajar del avión, subirse al auto, escuchar 97.9 The Box. No hay nada como eso”, explicó. Lejos de presentarse ella a través de su ciudad o de presentar la ciudad a través de ella, Solange simplemente disfruta de su estadía. No oficia ni de anfitriona ni de guía, no tiene que explicarnos el cuerpo que hay, por ejemplo, en las referencias que se desprenden a simple vista de los títulos, como Binz (Binz St., Houston), Beltway (Beltway 8) y Almeda (Almeda, Houston), o en el simbolismo de verla volver hecha una vaquera. El hogar, entonces, es el resultado de un proceso de sanación, reconstrucción y goce, primero como mujer y luego como artista, y en ambos perfiles nunca se aleja la intuición de ser nativa de esa tierra que la espera siempre con los brazos abiertos.
También con Houston como GPS original y emocional, pero con otra fotografía y sonido ambiente, Travis Scott decidió invitarnos a todos a asistir al mejor recuerdo de su infancia: un parque de diversiones que en su vida representa mucho más que un conjunto de juegos y aventuras. Es la relación familiar, la relación con los amigos, la relación con la comunidad, y, sobre todo, la relación con su fantasía e imaginación. Ahí empezó todo para él. Desde ese clímax mental es que Astroworld nos sugiere que el hogar definitivo está en nosotros cuando el salvajismo no implica perder la inocencia, una inocencia ligada a la capacidad de asombro y de juego, una inocencia que también nos habilite a sentir con menos capas de racionalidad, sin pedir permiso. El hogar para Travis Scott, tal como también lo complementa el documental Look Mom I Can Fly, es la potencia de la creación, un gemido que puede sonar a pánico o a liberación cuando la montaña rusa nos empuja al vértigo. Lo importante es no perder el registro del lugar en el que fuimos muy felices, porque aun cuando ya no exista más, podemos seguir habitándolo: ese lugar existe para siempre en nosotros. Y sí, si la imaginación es nuestro hogar, por supuesto que podemos volar.

Pusha T por Greg Harris
“Antes de Obama teníamos a Eric B”, rima Pusha T en Coming Home, una de las canciones más lindas y profundas del 2019, en una milagrosa y dulce colaboración con Ms. Lauryn Hill, que está repleta de guiños y entramados. El regreso a casa que ambos van dibujando no solamente incluye todos los tipos de hogar anteriores, y posiblemente otros tantos más, sino que también recorre diferentes estadías de la conciencia afroamericana y reconoce en la cultura que construyeron a través de los siglos su propio hogar de liberación. Pero eso todavía tiene un costo. Desde los barcos que llegaron al continente, el anhelo de una buena educación, la trampa del crack, la memoria por todos los que ya no están, pero no desde un duelo, ya no, sino a través de “los sobrevivientes”, desde un telar de acontecimientos, nombres y referencias atesoradas, como The Wire, el hogar es la libertad de una comunidad que respira lucha.
La dupla, que encandila con una química inimaginable, sabe que las cosas aún están mal, pero que han logrado una y otra vez pasar “la fecha de vencimiento” que Norteamérica pone sobre los cuerpos negros, por eso sobrevuelan la resistencia como el hogar al que hay que volver. Y como buenos guerreros, lo hacen con una fe política que se permite la romantización de la hermandad, la que los mantiene a salvo aun con sus propias crisis: “cuando el amor es real podés hacer cualquier cosa”. Invitando a una descolonización mental, para en ese acto despertar los sentidos, reconocer la fuerza interior y humanizar, se alcanza el logro colectivo y una revancha ancestral: volver al hogar es otra forma de liberar una historia atravesada por la opresión.
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