El viaje en carne viva de U-God

2ce521dc159fb92631162db489b2473c“Todo el mundo quería ser Bruce Lee”, escribe U-God en un pasaje de su libro En carne viva. Mi viaje con el Wu Tang Clan (Sexto Piso, 2018). En esa línea no está hablando directamente de él ni de sus compañeros, pero no caben dudas que ellos entran en esa idea. Una idea que va mucho más allá del deseo de ser Bruce Lee que tenemos la gran mayoría de los mortales; un deseo que intima con su elegancia marcial, con su espíritu definitivo de guerrero y gurú, con la velocidad animal de reacción, tanto física como intelectual y, sobre todo, poética y emocional, y con una visión emancipada, no de arrogancia, pero sí de los relatos imperialistas, permitiéndole, esa emancipación, darle flores nuevas al jardín de su propia cultura, flores que democratizaron tanto las claves de la supervivencia como las profundidades de una sabiduría y prácticas ancestrales.

A diferencia de la gran mayoría de los deseantes, Wu Tang Clan absorbe y vuelve fuente inexorable de su creación todos estos dones y logros extraordinarios del californiano porque también son ese tipo de fuerza y espíritu. Pero antes de llegar a esa instancia de procesar el legado ajeno como una caja de herramientas para ponerlo a disposición de la propia historia, Bruce Lee aparece en el aire de Staten Island lisa y llanamente como un manual de posiciones de lucha para no caer en las calles. Con esa forma de deseo primitivo sucede la primera cercanía al Maestro, un deseo en bruto colmado de instinto para reducir al enemigo de la forma más veloz y letal posible.

“[Bruce Lee] Era el tipo más importante de la televisión, y jugó un papel fundamental en los 52 Bloqueos Manuales”, empieza rememorando U-God. Los 52 es una disciplina de lucha tanto ofensiva como defensiva, que implica una exigente combinación de movimientos de codos, brazos y manos. Es una disciplina verdaderamente compleja porque se funda a partir de un remixado de técnicas y estilos de otras tantas artes marciales. El rapero explica que “daba igual el tipo o la cantidad de golpes que lanzaras, si tu rival dominaba esa disciplina, era dificilísimo que le dieras”. Si bien esto traduce de cierta manera el valor de conocer los 52 Bloqueos Manuales y porqué durante años fue un conocimiento que se expandió solo en modo ritual, de mayores a menores con todo el sentido de lo iniciático, de lo bautismal, U-God desconoce las razones por las que de una generación a otra se dejaron de practicar. Sabe el punto de ese corte: los líderes callejeros, los OG (Original Gangsters), dejaron de transmitir la disciplina, pero las razones para él son un misterio, aunque se atreve a improvisar que “quizás fuera porque las pistolas se convirtieron en un factor más importante a la hora de solucionar las disputas”. De esta forma, el arte de los 52 Bloqueos Manuales quedó prácticamente olvidado y ya para su juventud eran muy pocos los que conocían su existencia, su práctica y su poder infalible, tan pocos que “la gente cree que se trata de un mito”.

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Foto de Jonathan Mannion

Todavía no llegaban los 90 y mucho menos la noción de una alternativa de vida a la venta de drogas. La música aparecía como compañía fiel y, por supuesto, como tradición y cultura. Así que mientras aprendían a usar las armas y a caer bien parados de los vaivenes del negocio callejero, en los pasillos de Park Hill, como en toda vivienda social, las competencias de rimas ardían. Method Man diría frente a la cámara de Hip Hop Evolution que todavía escribe pensando en impresionar a “esos tipos”.

También, todavía estaba lejos la Teoría del 5%. No para todos, pero sí para la mayoría. GZA le había transmitido el conocimiento a RZA, quien sería el interlocutor, o como dice U-God, “La Mente Maestra”, frente al resto de los integrantes del Clan. Tanto GZA como RZA apenas asomaban en los últimos años de los 80 en la vida de U-God y Method Man, que según las páginas de este libro tenían y tienen una relación de hermanos, y aunque con el tiempo llegaron hasta ser concuñados, termina plasmándose con un tono paternalista y bastante intruso en la intimidad del segundo. U-God está convencido de ser la figura masculina que Method Man no tuvo, rebota entre la idea de hermano mayor y de padre, desde ahí cuenta, juzga, describe, comparte historias y se autoproclama no solo como el salvador de Meth en su lucha contra sus adicciones, sino como el gran mentor y promotor de su talento.

Llegado el momento, Meth desmintió desde un lugar amoroso varias de las anécdotas familiares que toca el libro, sobre todo las más graves, las que involucran denuncias, causas judiciales y armas, como la sucesión de hechos trágicos que les tocó vivir con su sobrino, hijo de U-God con la hermana de Tamika Smith, esposa del poeta Tical. Su amorosidad se acentuó en llamar “percepciones” a cada uno de los pasajes en los que él cree que el texto falla, y reflexionó sobre cómo cada uno vive su verdad, pero que eso no implica que sea una verdad para otros ni mucho menos “la verdad”. Estos desencuentros sobre el relato de U-God no fueron los únicos que surgieron una vez publicado En carne viva. La segunda mitad de sus páginas están escritas con una clara dirección, sin ningún tipo de inocencia y con ánimo de agitar aún más las agitadas aguas que construyen la relación del Clan.

El rapero carga sus palabras sin matices y las direcciona una y otra vez contra RZA y la asociación familiar, lo acusa abiertamente de estafador y de tener una soberbia que roza lo déspota, la que lo empuja, según él, a ser un hombre solo y miserable. Sin embargo, la mayoría de los integrantes respaldó a RZA. Si bien cuestionan las formas en las que funcionaron los contratos del Wu Tang y los arreglos individuales, marcan que hubo errores de partes, voluntades y egos que forzaron entredichos y distanciamientos, decisiones muy mal tomadas, pero todo a una distancia considerable de configurar una estafa. En cambio, sí coinciden en que RZA con los años “achanchó” su poder creativo, o que le dio prioridad a otros proyectos antes que al Clan, y no le perdonan la lejanía con los intereses sociales, comunitarios, con esa voz propia que construyeron para todos los marginados. U-God cuentas las grandes discusiones que comandaron Method Man y Ghostface frente a Bobby Digital para retornar al sonido sucio y el lenguaje callejero, ese realismo que no puede tomarse el tiempo para meditar y tomar el té exacto según la luz del día, y que fue el que los llevó a estar en el altar de todas las razas, las mismas a las que saludan cuando juntan sus manos hacia el cielo.

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Foto de Martyn Goodacre

El verdadero valor del relato de U-God está en la primera parte del libro, en la que se concentra en su infancia y en la intimidad de esa adolescencia yendo de los pasillos de Park Hill a la cárcel. La crudeza con la que narra se entremezcla con el humor negro del que vio demasiado sin saber todavía de qué va el mundo y sus curvas, un humor negro que desafía morales, pero que a su vez no pierde conciencia de su lugar y del peso de su voz. Se permite contar y hasta celebrar con nostalgia las anécdotas más extremas, pero siempre termina en lo mismo: la venta de drogas es un medio para salir del fondo de la cacerola, de la vivienda social, del margen que te deja cara a cara con el abismo. Se gana mucha plata pero es mentira que es fácil, requiere disciplina, concentración y audacia. El toque de gracia lo da el consejo: lo que se gana se invierte en el negocio que te sacara de ahí.

Esa idea del «sacar de ahí» incluye la cárcel y una de las reflexiones más dolorosas y sensibles que se pueden leer: el tiempo que pasas adentro es el mismo que vas a necesitar después para volver a ser parte de la sociedad. Y ese tiempo de reinserción no existe, se puede forzar, pero si en situaciones habituales el tiempo ya de por sí va a pérdida, en tiempos de reinserción directamente te tiene de rehén. No necesita poner ejemplos, su propia vida funciona así, la de la mayoría de sus cercanos, incluso desde los finales que aparecen con contrastes, como los últimos años de Ol’ Dirty Bastard profundizando todo los bordes más agresivos de esa lucha tiempo afuera vs. tiempo adentro.

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Foto de Al Pereira

Pero hay algo más, y aunque suene insólito ponerlo en valor, es justo. El prólogo. Es ahí a donde hay que volver una vez que se cierra En carne viva. Es ahí a donde hay que volver cada vez que los desencuentros entre ellos pongan en duda el Wu Tang Forever, porque es ahí donde se explica, incluso mejor de lo que podría explicarlo RZA, las razones por las que las nuevas generaciones ya no quisieron más ser Bruce Lee y sí quieren ser un Wu Tang Clan. Entre esas líneas que inician el libro, U-God describe con sensibilidad, amor, inteligencia filosa y generosidad los dones de cada uno de sus hermanos, la cuota de cuerpo, mente y alma que cada uno aportó para habilitar esa fuerza mayor con la que torcieron el destino que se les había impuesto por ser negros y pobres en Norteamérica. Aunque en más de una ocasión, como sucede con la mayoría de los raperos, sus ideas aglutinan meritocracia, es exactamente en ese prólogo donde se ve la anatomía inevitable de ese discurso que por más que nos resulte fallido y agresivo, es entendible por lo inevitable: a cada uno de ellos los salvó el encuentro con el otro, fue Wu Tang Clan lo que los sacó de esos “bloques sociales”. Y en ese salir ellos, en esa religiosidad propia que compusieron al mejor estilo de los 52 Bloqueos Manuales, abrieron una circulación vital, fértil y multicultural que se manifiesta perfecto en el “Wu Tang is for the children”, lo que deviene en el indestructible Forever. Indestructible de tal manera que en plena pandemia las calles tienen carteles que rezan “La cuarentena es temporal. Wu Tang Clan es para siempre”.

Por eso, cuando uno cree que el viaje de U-God termina, en realidad te empuja al prólogo y vuelve a comenzar, porque “sí, no siempre nos hemos llevado bien, ¿pero qué familia se lleva constantemente bien?”.

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