Después de cinco años sin lanzamientos propios —con algunas colaboraciones, intervenciones esporádicas y el anuncio de su separación de TDE— volvió Kendrick Lamar. El mejor artista del siglo, muñeco bravo de capturar, nos ofrece espadazos de luz con el hermoso Mr. Morale & the Big Steppers y atrapa la maldición de este mundo: consolida su reinado destruyéndolo todo, y como viejo sabio, empieza por él y su imagen, por él y sus promesas, por él y su trono.
Agudizando su sentido crítico en general, Mr. Morale & the Big Steppers viene a cambiar los finales de todas las historias del hip hop, que no casualmente son como la mayoría de los finales de historias del mundo maldito: a pérdida. Es una obra que viene a quitarle épica a un tiempo que sin épica no respira y en ese gesto no pierde un gramo de su propia magnitud, más aún, quizás en ese gesto se hace obra maestra. Sí, otra vez lo hizo, pero podemos poner esta pieza al frente.
Como dándonos un baño de realismo, pateando las coronaciones banales y con la de espinas brillando en su frente, Lamar asume su rol mesianico pero no para reconfortarse y descansar entre los laureles. De lo contrario, detiene su pulso para quitarse la cruz que tuvo que cargar al posicionarse en un diálogo-secuencia pleno y constante con la obra y legado de Tupac. Cruz que en pleno estallido de pandemia, Black Lives Matter y elecciones presidenciales para correr a Trump le pesó, y mucho. Justo cuando empezaba a recorrer el camino de la paternidad, su gente lo necesitaba siendo mucho más que la musicalización de un estado de ánimo. Y él necesitaba a su gente para que lo respetara en sus tiempos. Por esos días, no solo descubrimos que algo en TDE empezaba a romperse, sino lo tan real que era la pregunta quién reza por mí.
Cuando Tupac supo que su muerte inmediata era inevitable eligió cómo morir, sin reserva alguno eligió hacerlo «como Malcolm X». Cuando en una entrevista le preguntan si desea ser padre, él responde hablando del estado del mundo. No le sale de una un sí, no, ni siquiera un no sé. La pregunta en el aire, con miles de respuestas en tierra, es el plan emocional con el que cargamos al recién llegado cuando uno, el que los trae, vive al borde de los abismos. Pero en Kendrick la paternidad funcionó diferente y parece haberle llegado en el momento justo. Ahí cuando necesitaba confirmar que su muerte no estaba para nada cerca. Y entonces ya no tenía que pensar cómo no morir, tenía que elegir cómo vivir, cómo continuar sabiendo que su historia se trata de vida, no de muerte.
Es importante hacer un apartado al latido cultural por excelencia, porque más allá de su amor por Shakur, seguramente poco tuvo de elección al ponerse a seguir sus pasos de una forma que no solo se dio tan natural, sino que tiene el brillo de lo predestinado. No en vano él mismo retoma la teoría de cómo la poesía del hip hop baja del cielo, los muertos detrás de cada pluma son los que marcan el ritmo de lo que hay que decir, cómo y cuándo decirlo. Pac fue uno de los más insistentes en esto, y sin ir más lejos, fuerzan una conversación sobre esto en Mortal Man. Pero incluso por fuera del hip hop, desde los tiempos del renacimiento tenemos pistas sobre este asunto. Aunque en ningún lugar lo vemos más claro que en en el Antiguo Testamento, profetas mediante, para luego ver cómo ese diálogo se personifica verbo en el Nuevo Testamento.
Y acá vamos: Jesús tampoco tuvo elección. Cada palabra, milagro, enseñanza, cada movimiento y gesto suyo acontece en el campo de lo que se ordena y/o desordena desde arriba. Le pide al Padre que le evite el calvario, pero su oración termina en la entrega absoluta, “que sea tu voluntad”. Uno de sus discípulos más cercanos le ofrece ayuda para escaparse o idear un plan en su defensa, como si él, que supo hacer vino del agua y multiplicar panes, sanar ciegos y leprosos, no pudiera salir de lo que está a punto de vivir. En esa invitación a evitar el proceso, el que trae consigo un propósito, Jesús advierte a Satanás.

Llegada la hora exacta, el Hijo de Dios es entregado y empieza el pasaje más violento y humillante de la historia de la humanidad. Pasaje en el que entendemos porque en ese querer evitar la vivencia estaba el máximo enemigo. La caminata hacia la cruz, la crucifixión en sí misma, el último suspiro, el temblor de la tierra y de los cielos y el resucitar al tercer día es, sin más, lo que vence a la trinidad maldita, conformada por el mundo – el diablo – la muerte. Dicho de otra manera, la muerte en la cruz por nuestros pecados y la resurrección como promesa de vida eterna no es más (ni menos) que el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Como está escrito: “el momento más oscuro de la noche es el que sucede justo antes del amanecer”.
Todos tenemos nuestro calvario. Todos tenemos los cercanos, y no tan cercanos, que nos apuran a salir de nuestros calvarios, que nos exponen a su propio ritmo, que en nombre del amor que dicen tenernos nos quieren ver de tal o cual manera, porque se presupone que tal o cual manera es la correcta de pasar por este mundo. Todos tenemos al mercado apurándonos a que todo lo que sentimos, sin importar qué, vaya en aumento en tanto y en cuanto le sirvamos a la danza de la oferta y la demanda, sino, nosotros nos volvemos el primer material a descartar. Un mundo en el que todo opera como distracción, anestesia y desconexión, un mundo que hace patología de los procesos y fiesta de la autosuficiencia motivacional no solo que es macabro, también es cínico, porque en este mismo mundo, de todos famosos por quince minutos y para quince personas, todos estamos a punto de ser crucificados por quince minutos. Y esa crucifixión será transmitida por las redes sociales. A diferencia de lo que nos promete Dios, el mercado ni los consumidores perdonan ni prometen la vida eterna. Todo es juicio y olvido.
Mr. Morale & the Big Steppers se anunció como el último disco dentro de TDE, pero ya no hay rastro alguno de TDE. Parecen perfectos desconocidos, una indiferencia tan abrumadora en la que perdemos todos, empezando por la cultura hip hop, que no sabe de finales abiertos ni proactivos. Pero esto lo retomaremos más abajo y acá solo remarcamos la situación TDE, una situación de tanta indiferencia que no merece ni siquiera uno de los clavos de la cruz. También, es el primer álbum de Lamar en el que no sobrevuela imperiosamente el rostro y legado de Tupac de manera devocional ni discipular. Pero este momento iba a llegar: Kendrick lo superó en vida a Pac y eso lo pone en otra posición, también en otra necesidad. Ya no alcanza con lo explícito que siempre fue de querer evitar el mismo final. Y así llegamos al hueso de Mr. Morale, que tan bien se nos spoileó en el video de The Heart Part 5: tampoco hay rastros de Kendrick, no de ese Kendrick que hasta acá conocimos. Todo lo toma oklama, así, en minúscula, a lo bell hooks, la que se adelantó a este presente saturado de autodefiniciones y décadas atrás rompió su nombre para interpelar eso que llamamos identidad en función de lo que decimos que somos y hacemos. Interpelar el ideario de identidad hacia afuera, y como no hay prédica sin ejemplo, matarla. Y esto en este tiempo amante de los yo es fundamental. Porque nadie está más lejos de saber quién es uno que uno mismo. Lo que puesto a merced de búsquedas políticas nos empuja a un peligroso imaginario estructural. En palabras de Angela Davis: “siempre he insistido en la prioridad de la práctica radical por encima de la identidad pura y simple. Importa más qué haces para facilitar la transformación radical que cómo te imaginas que eres”.
La práctica radical no es una fórmula, mucho menos un manual de instrucciones. Tampoco encontramos información o guía sellada en piedra, porque no es una práctica fija, inamovible. Las prácticas radicales, como toda lucha por la libertad que entiende a la misma como una construcción política, social y cultural, pero principalmente comunitaria, porque nadie es libre en soledad, nos obliga a movernos y vernos unos a otros. Martin Luther King, Malcolm X, el Partido Pantera Negra, por nombrar solo tres grandes referencias, no permanecieron en un mismo lugar de pensamiento ni de acción. A riesgo de ser acusados de traición, panquequismo, “no resistir archivos”, y demás, cambiaron sus líneas una y otra vez, llevándose a sí mismos en direcciones opuestas pero jamás perdiendo de vista el propósito ni a su gente. Y fue en esos movimientos que materializaron la práctica radical, no en el autodefinirse o anunciarse. La práctica se materializa porque no estoy casado con lo que digo o se supone que debo pensar, las convicciones no se vuelven una condena porque no son mas grandes que el propósito, son caminos abiertos y despiertos. Ya nos lo repetían hasta el hartazgo los Pantera Negra: la práctica radical se trata de la vida, de hacer lo que sea, incluso morir uno, para salvar vidas y darles a esas vidas una historia digna.

Tras un calvario profundamente narrado en su trilogía anterior, sobre todo en DAMN, donde se expone con una potencia de alarido en las madrugadas más oscuras y solitarias, esas que pueden sucedernos bajo el sol radiante del mediodía y rodeado de miles de abrazos, ya no hay problemas de dinero, ahora las montañas de dinero son un problema, la presión ya no es la de salir vivo del barrio, ahora hay que sobrevivir a la demanda de millones de desconocidos y entre miles de etcéteras confesos, la luz al final del túnel siempre es la cruz. Y Kendrick se lleva a la cruz. Kendrick mata al Kendrick líder, referente, al que poetizó y profetizó sobre estar en primera línea, Kendrick mata al Tupac que hasta acá aparecía como horizonte y pulmón de su obra. Kendrick crucifica a Kendrick y resucita proyecto familiar, proyecto que puede pensarse en la pregunta que se hacía Huey P. Newton: «la revolución la hacen las personas, si por sostener una manera de hacer las cosas estamos todos siendo asesinados, qué personas harán la revolución». Kendrick mata a Kendrick para liberarse y salvarse, y luego de ver cómo todo lo que temía en DAMN sucedió, resucita con un mensaje anclado a lo radical que se necesita hoy, tan así que su anterior yo jamás iba a poder contemplarlo, porque no había antecedentes así en el hip hop. Pero tampoco en las historias familiares de los que protagonizan su círculo más íntimo.
Si siempre fue imposible leerlo desde las tendencias epocales, la poética de este álbum eleva esa imposibilidad. Siempre, también, imposible encontrarlo donde el mercado ordena que debe o debería estar, y a su vez, construye y gana mercado. Pero vayamos más a fondo: siempre imposible ubicarlo entre los cómo, cuándo, por qué, para qué y todo ese ramito de demandas que tienen en la punta de sus dedos tipeadores los públicos actuales, desaforados de consumo, alérgicos al discernimiento y sí, a los procesos, públicos que siembran en tierras infértiles en la constante búsqueda de lo cuantificable y literal. El consumo define, es decir, delimita, y al consumo lo polvorea un sistema, es decir, tiene reglas; por eso, nada esclaviza y condena más que la libertad y la identidad devenidas en producto.
¿Acaso alguien puede dudar que bajo la dictadura de los clickbait y los algoritmos seamos millones buscando hacer zoom en lo que nos hace personas, en cómo esas dictaduras, empujadas por una condescendia asquerosa, con alianzas simplistas (de género, edad, nacionalidad, etc.) y banalidades que nos minimizan a todos, no sentimos aún más la asfixia del mundo? Kendrick hace un zoom crudísimo sobre lo humano y la humanidad, y sabe que de la única manera en la que puede hacerlo, para no morir en manos de otros en el intento, es mirando hacia el cielo. Porque siempre de los laberintos se sale por arriba, pero porque desde los cielos también se lo guía.

Dice la Biblia que Dios ya sabe nuestros nombres y nuestros tiempos en la tierra desde el principio de la creación, aún no había nada pero Él ya sabía exactamente la cantidad de días que cada uno de nosotros iba/va a vivir. Bajo la misericordia de su “voluntad buena, agradable y perfecta”, Dios pone en nosotros una esencia propia para cada uno y desde ahí configura un propósito único con nosotros. Ahí nuestra unicidad, pero también ahí el porqué nacimos en el tiempo que nacimos y no en otro. Si “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”, nuestra existencia también.
La unicidad de Kendrick es amplia y compleja, es un entramado que lo convierte en el mejor traductor que tuvo, hasta acá, la cultura hip hop. Una cultura de 49 años que, a su vez, integra toda la historia social, política y cultural de la comunidad afroestadounidense, afrodescendiente y afroamericana, pero también de la latina y de la diversificación racializada, entendiendo que la cosa racial no es lineal, again, estamos hablando de construcciones políticas, una y otra vez.
Esa integración es un match point fanoniano que encuentra en el chico de Compton el Dante Alighieri que todo tiempo antropocentrista necesita para desordenar y volver a la mirada del alma, la que mira el mundo a través de la tensión divina. Porque “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Frente al ligero estilo actual que proclama «lo personal es político», «mi cuerpo, mi decisión», etcéteras similares que se olvidan que los cuerpos no son neutros y el poder de las decisiones están bajo el control de construcciones politicas, cada vez más guionadas para profundizar las violencias económicas en vez de condicionarlas, él dice «I am. All of us».

Dios ama tanto a la humanidad creada por Él mismo que luego de miles de intentos por direccionarla, intentos que saltan de lo mega amorosos a mega impiadosos sin titubear, envía a su único hijo para salvarla y entregarles, llegado el momento del juicio final, el que solo Él sabe cuándo será, la vida eterna. Una vida que promete ser en espíritu y goce. La única condición para recibirla es creer que Jesús es hijo de Dios y comprender que solo llegamos a su gloria por medio de él, lo que nos obliga a crucificarnos con él. Y esto no tiene nada que ver con cargar culpas y azotarse, como suele plantearse. Crucificarse es matar el yo, es quebrar la debilidad de la carne para, a imagen y semejanza de él, vencer al mundo, a la muerte y al mal. Es decir que el yo muere para ser nosotros, pero nosotros no es todos. Todo en la Biblia se trata de discernir como nuestras relaciones pueden llevarnos a la salvación o a la destrucción, nuestras relaciones con todo, no solo con personas, porque el principal alimento que tenemos no es la comida, ni la principal forma de cubrir nuestro cuerpo es la ropa.
El proceso de despojo identitario es tan profundo que Jesús advierte que su posición no es pacifista aunque no obre en la violencia y predique el perdón y amarnos unos a otros. Literalmente dice que su sola existencia es conflicto, se define como conflicto y cada pasaje bíblico lo confirma, y cada tiempo en este mundo también, porque lo que está en juego es el destino de las almas en un mundo en el que no todas las vidas importan lo mismo. Todo esto es, muy resumida y casi pecaminosamente simplificado, además de Biblia, el abecé de la cultura de la no violencia, la que tuvo su protagonismo con King pero retoma Black Lives Matter. Que Mr. Morale & the Big Steppers acontezca en esta sinfonía es, tal vez, el primer gesto de separación al viejo Kendrick, al Kendrick shakuriano. Pero lejos de ser contradicción y de ser desleal, es signo de revelación, la hora del propósito llegó y en palabras de la maravillosa Whitney Alford, este Kendrick llegó para salvar la maldición de las familias rotas por varias generaciones de sus propias familias.
Se suele criticar a la familia como institución porque siempre se discute el molde y no el fondo. Porque es fácil la crítica a la familia cuando se cuenta con la contención de diversas redes que no todos tienen. ¿Qué hay de las familias rotas por causa de esas construcciones políticas que jerarquizan las vidas, de las lecturas que se pretenden justicialistas, progres o socialistas pero que refuerzan la violencia estructural, la doble moral, los supremacismos? Jugar al izquierdismo sin propósito evocando épicas de los que sí llevaron adelante prácticas radicales para salvar y dignificar comunidades es hacer derecha por otros medios. Parafraseando y renovando a King, más peligroso que «los malos» son «los buenos» que se quedan en el simbolismo y la queja desde la vivencia blanca e ilustrada.
Kendrick se hace familia y aunque la familia no es solo matrimonio e hijos, por eso elige también en el video de The Heart Part 5 romper su cuerpo para mimetizarse con otros, que no son cualquier otros, son tipos de abismo, de morder banquina, pisoteados o descarriados, tal como los que Jesús elegía para compartir su mesa y su palabra, sí se encarga de confirmar que es quien es y hace lo que hace gracias a/por su familia en el sentido más convencional e íntimo.

Entonces, Kendrick Lamar, acá y ahora, no en los 80s ni 90s, donde podría haber hecho aún más estragos por la propia competitividad de la cultura hip hop, rodeado de los mejores entre los mejores. Tampoco en los revolucionarios 60s o 70s. Kendrick es acá y ahora y en una soledad tan grande como la de Jesús, no porque no haya otros haciendo obra igual de grandiosa, porque los hay y también en sintonía con todo esto. El punto es que Kendrick no es solo obra, es vida y obra trazando un llamamiento. Los discos de Kendrick son apenas una excusa, un instante en todo lo que propone en cada paso que da. Y cada paso es un llamamiento desordenador, porque él es un desordenador nato y serial. Dicho de otra manera, es la representación actual del conflicto de nuestra época. Y todos los caminos conducen a un solo conflicto, el de la causa de Jesús: el destino de las almas en un mundo en el que no todas las vidas importan lo mismo.
El llamamiento de Kendrick saca belleza del caos pero no para exaltar la virtud del acto en sí, más bien para humanizar una virtud que solo es tal cuando no se pierde de vista que constantemente tenemos que elegir entre el difícil destino del construir y el fácil, de alta rendición moderna, de destruirlo todo para posicionar individualidades. Y vale un asterisco fundamental, tan divino como el perdonar a los que los ofenden porque solo así serán perdonados o el amaros unos a otros: construir incluye destruir, destruir también es construir, por eso es tan importante mirar los cómo, con quiénes, el saber que nosotros no significa todos. De nada sirve destruir cuando lo que destruimos nos mantiene en el campo del cambiar para que nada cambie.
La diferenciación espiritual entre nosotros y todos, dice la Biblia, nos la darán los dones del Espíritu Santo, el consolador que Dios nos manda para que funcione como nuestro GPS. Traduciéndolo: orando, que no es rezar ni repetir oraciones, es conversar, es clamar, es confesar, es intimar desde el estado más puro de lo que sentimos con aquel que no vemos pero que tenemos que creer que está. Esto nos pone a habitar más en nuestro ser espiritual que en nuestro ser carne, es un volver al alma. Porque la carne siempre, más temprano que tarde, nos lleva al lugar vencido, en cambio estar en espíritu nos hace “más que vencedores” en todo lo que tengamos que enfrentar, porque nos conecta con el que ya venció al mundo, a la muerte, al diablo. Esa es la victoria de Jesús: el proceso/calvario nos obliga a movernos de lugares, por lo general más simbólicos (emocionales, intelectuales, espirituales, etc) que geográficos, la cruz es la muerte del que fuimos en esos lugares y el resucitar es nuestro nuevo ser en su nuevo lugar (simbólico y/o geográfico). Esto es lo que evita que nos convirtamos en lo que nos hacen. Más aún, por esto mismo no nos convertimos en lo que el mundo nos dice que tenemos que ser. Nos convertimos en nosotros sabiendo que somos mucho más que esta carne —yo— que nos tocó en gracia.

Y de esto se trata la pluralidad que elige Kendrick Lamar cuando canta que se elige él. Se elige él que no es solo o simplemente él. Es su calvario, cruz y resurrección. Es su familia. Es su idea de nosotros. Una idea que por momentos, hay que decirlo, construye un clima de despedida, podría ser poético, porque no está mal despedirse de lo que uno fue. Jesús se despide de sus discípulos sabiendo que luego resucitaría y que tras su ascensión, el Espíritu Santo quedaría en ellos para siempre. Y una de las promesas estructurales de su venida es que jamás estaremos solos: llamemos, porque seremos atendidos, pidamos, porque se nos dará, busquemos, porque vamos a encontrar. Hasta aclara que hay que hacerlo insistentemente y con constancia, porque es algo que debe mantenerse en nuestra vida si queremos realmente cambiar lo malo que nos pasa y hacer valer la victoria que él alcanzó en esa cruz para nosotros.
La victoria que alcanza Kendrick es la de elegir estar vivo y vivir en familia. Tan simple como eso, tan complejo en el ideario de lo que es mantener relaciones y tan arcaico en este tiempo. Pero es algo que parece mucho para alguien nacido en el campo de batalla gangster, bajo la caza de la era Reagan, y que llego a convertirse en estrella de hip hop sin alimentar ningún estereotipo, ni siquiera los que el propio hip hop alimenta (porque Judas y Pilatos hay en todos lados, mi amor). Y algo que parece aún mayor, viendo con la intimidad y privacidad que lo resguarda, y es lo más fundamental: toma su proyecto familiar y sin exponerlos, sin convertirlos en recurso, logra, hecho artístico mediante, un impacto social y cultural. Porque todo esto acontece sin nunca dejar de ser comunidad, mas bien, como potenciador de comunidad.
A lo largo del Antiguo Testamento lo vemos a Dios poblando el mundo, pone a hombres y mujeres a unirse para levantar naciones, componiendo a la tierra y bendiciéndola de miles de recursos para hacer comunidades. Elige hombres y mujeres y les promete hijos, que llegan con dones y propósitos buscando un bien común. Mueve ríos, montañas y lo que sea necesario para salvar a esas familias de muerte, hambre, guerras, odios, caprichos de reyes, y tanto más. Esto ya nos da la pauta de que no hay cultura comunitaria sin cultura familiar. Pudiendo enviar a su hijo ya crecido, bajándolo del cielo con la misma facilidad que asciende al resucitarlo, lo envía a ser parte de una familia.
Ir contra la familia en vez de reescribir el sentido vincular es fomentar la soledad que el mercado necesita para fortalecer cuerpos que devienen en producto y servicio. Una forma de reescribir el sentido vincular de la familia, por ejemplo, fue la Ley del Matrimonio Igualitario, y vale traerla de ejemplo porque, mientras se la discutía, se coqueteaba mucho sobre el por qué alguien quisiera casarse y formar una familia. Como si la solución a la opresión en todas sus formas fuera únicamente la construcción de sociedades viviendo en monoambientes de barrios gentrificados, trabajando freelance, practicando el poliamor, instagrameando vacaciones en lugares exóticos y militando eslogans universales debatidos en grupos de whatsapp, redacciones virtuales y bares con ánimos de pertenencia.

Y algo divino en el aire debe andar para los que tienen línea directa con el de arriba, porque la otra artista mas potente de este tiempo y protagonista del otro gran disco del año, Rosalía, también resalta a la familia y a Dios. Y los dos discos, Motomami y Mr. Morale, fueron hechos en simultáneo. Ah, creer, reventar y poner la firma. Porque este es el punto que cambia los finales de todas las historias del hip hop. Una cultura que, por lo general, busca héroes, pero no hay héroe sin tragedia. Ahí, Lamar advierte que en vez de construir nuevos heroismos, construyan familia porque es posible. Es posible tenerlo todo como artista número uno y ser un buen padre, buen esposo, buen hijo, hermano, primo, amigo. Y como nosotros no es todos, el mensaje es claro para la juventud que encuentra en el hip hop la posibilidad de salir del barrio, es claro, hermoso y desafiante teniendo en cuenta las familias rotas: si no tienen raíces, antes que la armas, los dólares, las piscinas y los culos, siembren para ser el principio de una cosecha que tengan en ustedes la raíz que ustedes no tuvieron.
Para terminar, vuelvo al principio para tachar el “volvió Kendrick”. Porque por todo esto, hablar de un regreso de Kendrick es reduccionista e injusto, y no solo desde ese lugar común en el que podemos suspirar «nunca se fue», sino porque su obra siempre está diciendo. Aún en su más grave silencio, dice. En su más prolongada ausencia, está. Y estará. Kendrick nunca vuelve, nunca se va. Kendrick Lamar sucede en el siempre.
¿Cuántos siglos de belleza, comprensión, catarsis, comunión, humanidad, resignación, reino de los cielos y horizontes perdidos se nos escapan aún hoy de todos sus discos anteriores? Miles de siglos. Pero lejos de resultar abrumador, y más allá del regodeo carnal de gozarnos en lo contemporáneo, sabemos que tenemos la vida eterna para encontrarnos en un nosotros y abrazarlo.

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