Más allá del paraíso

Primera estación: 1976

«When the Savior of love will come to stay»

Stevie Wonder llega a esa majestuosidad hermosa que es Songs in the Key of Life ya estando en los altares de una época revolucionaria y convulsionada, pero —y seguramente por eso mismo— muy exquisita y exigente a la hora de otorgar ese lugar sagrado. 

Promediando los 70, el jovencito que apenas unos años atrás había conquistado el Festival Cultural de Harlem con un talento sublime y su mood austero, como todo aquel que anda por la vida ungido y sabiéndose en esa posición extraordinaria, para este momento, ya era un nombre con peso propio y hacedor de caminos. Todos reconocían que su voz y música se constituían en la firmeza de un decir distintivo y afilado, con poéticas agridulces e ironías luminosas, y un hacer que promete buscar —y encontrar— siempre fuera de la habitual caja de herramientas, lejos de la certeza de lo heredado. Arriesgado y enraizado, una combinación vital para la cultura y letal para los que la viven desde el confort limitado del consumo, el gospel y el soul encontraban en él una potencia creadora con todos los condimentos artísticos y políticos que la época exigía.

En el linaje musical y en aquella actualidad, el gospel no pasaba su mejor momento. Por un lado, las iglesias negras ya no eran solo el punto de encuentro sagrado de cada domingo, el día más esperado en los tiempos de esclavitud. Si hasta los inicios del siglo XX, la iglesia era el lugar al que las familias llegaban para unirse unos a otros y proclamarse libres gracias a la salvación de Dios, para los 60s y 70s, las iglesias estaban atravesadas por una coyuntura de quiebre. No solo vivían contando cuerpos y convirtiéndose en refugios, también eran bombardeadas. Y aunque nada detenía el darle Gloria a Dios y el entonar sus mejores alabanzas, por otro lado, para este tiempo, el gospel también había sufrido la apropiación de la industria, la que le dio mayor espacio a las voces blancas e inevitablemente suavizó su aullido genuino. Y más allá de la no tan invisible mano del mercado, imposible evocar un aullido genuino cuando uno desconoce el penetrar del látigo. 

Frente a este panorama, el gospel necesitaba su propio avivamiento para llenar el alma de las nuevas generaciones afroestadounidenses, tan sólidas y lúcidas en su libertad espiritual como sus generaciones antecesoras, o gracias a ellas, pero dispuestas a escuchar la trompeta que marca el final de un tiempo para anunciar el nuevo y recibir las responsabilidades propias. Si sus familias rompieron las cadenas del alma, ellos debían salir a romper las cadenas materiales y alzarse con sus libertades políticas, sociales, culturales, económicas, en concreto, las libertades que nos garantizan mantenernos con vida y dignidad en este mundo.   

Stevie Wonder promocionando Songs In The Key Of Life. Foto de Richard E. Aaron/Redferns

Wonder estaba dispuesto, o más bien, con tal ungimiento podemos decir que estaba asignado a dar este avivamiento. Dándole nuevas vidas al gospel, el soul también daría su salto de valor justo cuando las cantantes reclamaban que no por el hecho de ser mujeres negras tenían que hacer soul y, mucho menos, darle voz a un soul que solo se dedique a ofrecer melodías pegadizas y letras de amor y desamor. No todas las chicas quieren solamente divertirse, podemos divertirnos y tener mucho para decir y salir a derribar muros, algunos, incluso, levantados por la propia comunidad. Por lo que el ímpetu edificante y restaurador de Stevie Wonder llegaba justo a tiempo y su llamamiento rápidamente comenzó a ser obra y legado. Pero, parafraseando a uno de los nuestros, no es fácil volar entre tanta gente a pie.

Songs in the Key of Life empieza a cocinarse en el ocaso revolucionario y ve la luz entre los últimos cantares de un gallo que ya no sonaban a esperanza victoriosa, sino a una profunda desolación. 1976 cosechaba vacilación, frustración, desgaste, pero, a su vez, lo construido por el compromiso comunitario era innegable e inclaudicable, y muchas personas aún dependían de esas redes. Eran tiempos vencidos pero no había margen para lamentos. El desánimo colectivo interpelaba e intervenía cada historia personal. Stevie Wonder no era una excepción: con las desilusiones que rebotaban entre lo político, lo social y cultural, fue arrebatado, a su vez, por dudas profundas y diferencias abismales con la industria musical y su lugar en ella. 

De esta encrucijada sale “Pastime Paradise”, uno de los temas más épicos del álbum pero con una épica retroactiva. A la discográfica no le cayó en gracia y no era una opción posible entre los adelantos a dar, ni siquiera entre los que podrían ganar algún tipo de protagonismo en lo inmediato. Las murmuraciones acusaban que las líneas eran bastante incoherentes. 

Aunque no sorprenda, lo que llama la atención de estos desplazamientos es que ni siquiera se rindieron a los pies de las maravillas musicales que propone. Y aunque el álbum es una plaga de estas maravillas, este es el tema que mejor representa lo venidero. Al deleite de saberlo detrás de la mayoría de los instrumentos y arreglos, Stevie Wonder incorpora el flamante y aún exclusivo Yamaha GX-1, una varita mágica para las representaciones orquestales. Cuenta la historia que en una de las jornadas en el estudio, estaban repasando la grabación cuando unos músicos salieron de la sala de al lado para preguntarle quiénes eran los bestias que habían metido esas cuerdas sublimes. El maestro les respondió chicanero que había invitado a la Orquesta Filarmónica de Londres. Pero hay más, porque “Pastime Paradise” es un telar de expresiones sonoras que comulga intencionalmente todas las culturas y expresiones espirituales: a la intro y base sinfónica se le suman sutilezas latinas y jamaiquinas, a los arreglos vocales se le sumaron el coro del Centro Hare Krishna y el coro de la Iglesia de Dios de Los Angeles Oeste. Según el ingeniero Gary Olazabal, el coro alcanza las cien voces.

Stevie Wonder por Jeffrey Mayer

Donde todos veían balbuceos, Wonder estaba haciendo un manifiesto anímico bajo el pulso de la respiración sofocada: clama por Dios, agita preguntas no porque no sepa la respuesta, sino porque las sabe y porque las lee con un entendimiento que supera al mundo. Qué estamos haciendo con nuestra vida, con nuestro tiempo, con este mundo. Los balbuceos son, en realidad, el decir de nuestra lucha por ser carne y espíritu, y es un decir que nos recuerda que solo un determinado tiempo seremos carne, la eternidad nos espera siendo espíritu. Ahora, las condiciones de esa eternidad se definen en este corto tiempo carnal. Entonces, ¿qué glorificamos? ¿Qué honramos? ¿Qué es lo que estamos sembrando?  

La lucidez espiritual funciona así: se escapa de la comprensión contemporánea salvo para los que están en esa misma senda, más que senda, mismo trabajo. Un trabajo que es interminable y, para más, a pérdida. Porque ni siquiera hay satisfacción, como dice Toni Morrison, cuando se reciben “los caramelos”. Pero esa pérdida, en verdad, es solo una apariencia frente a los que solo tienen ojos y oídos para mirar y escuchar las cosas de los hombres y no las del cielo. Y “Pastime Paradise” reflexiona en el mismo lenguaje poético que David: es angustia y tragedia, pero también es alabanza, y la alabanza siempre es celebración porque hay una salvación prometida. La utilización de este lenguaje prepara el escenario para que el tema se confirme a sí mismo como una obra salmista. 

Y lo prepara porque esa confirmación y la liberación que esto traería no le tocaban a Wonder ni a su contemporaneidad recibirla. Tampoco le tocaba a los muchos colegas que sí identificaron la obra maestra y la tomaron como inspiración, entre ellos Bob Marley, o como bandera existencial, como lo hizo George Michael. Le tocaba darla a Coolio y por si aún creen en las casualidades por encima de lo divino, sucedería en el momento de máxima estigmatización del hip hop y, especialmente, de su desdoble gangsta. 

Bob Marley & Stevie Wonder x Alix Dejean

Segunda estación: 1995

«As I walk through the valley of the shadow of death»

Coolio había ido a la casa de su manager a cobrar un cheque. En una de las habitaciones, Doug Rasheed estaba sampleando algunos temas. En cuanto escuchó el sampleo de “Pastime Paradise” cantó pri, dijo “es mío” y dio paso a lo extraordinario: se plantó al lado del productor y en un solo impulso rapeó la primera línea. Pero esa línea no era una línea cualquiera: era un versículo del Salmo 23, uno de los más aclamados de David, siendo, ahora también, uno de los comienzos más profundos y épicos de la historia del hip hop. 

“Gangsta’s Paradise” tiene miles de historias, algunas se contradicen entre sí. Lo que todas mantienen es la condición sobrenatural de las circunstancias y una emotividad sobrecargada de realismo, hay algo que las lleva a todas esas historias a un mismo final de sanidad y reparación.

Una vez más, la respiración sofocada se manifiesta. Coolio, que para ese momento ya era un reconocido artista hip hop y uno de los emblemas del Oeste, quería dar cuenta de una frustración que ni siquiera se va cuando los dólares llegan y la fama abre ciertas puertas. El manifiesto del artista nacido en Pensilvania y criado en Compton redobla la apuesta contra lo efímero y pone en valor las prioridades. Si Wonder se preguntaba cómo apreciamos nuestro tiempo en la tierra, Coolio aprecia tanto el tiempo en esta tierra que no encuentra paz sabiendo que puede morir de un momento a otro. Y no se queda ahí, porque ese morir puede significar no cumplir con los propósitos ni alcanzar todo el conocimiento disponible. Al igual que en el tema original, lo que se pregunta no se hace por no saber, sino por una tremenda noción de lo que se sabe y se pone en conflicto al vivir en carne propia ese saber.

La crianza del rapero tuvo como eje fundamental su formación, algo que tenía en común con su amado amigo Tupac. Ambos fueron sostenidos entre bibliotecas y ejercicios de lectura sin importar cuánto hambre sentían esas panzas. Ambos llegaron a ser de los mejores alumnos en sus escuelas. Coolio contó que las frustraciones y temores que encontraba en ese mundo externo le pesaban tanto que no podía separarse de los libros. Toda la vida se trataba de buscar más vida y el entendimiento hacia lo que trasciende nuestras circunstancias, lo que nos obliga a mirar al cielo. Mirar al cielo como búsqueda de dirección, tener propósito como medio para alcanzar paz.

La propuesta de Coolio siempre aconteció en el campo de lo profético. Aunque no sean comparables en su dimensión, antes y después de “Gangsta’s Paradise” tuvo varios éxitos. Sin duda, It Takes a Thief es uno de esos discos que tiene que figurar en todas las listas de favoritos del hip hop porque su vuelo poético y su sonido han sabido ofrecer belleza, componer arte y forzar nuevas bisagras. Y es en una lectura del antes y después que se puede reconocer también a “Gangsta’s Paradise” como el hit inmortal que es en su forma de aprovechar la cosecha. Su conversión en soundtrack de Dangerous Minds y el video con Michelle Pfeiffer realmente son puestos menores cuando no nos dejamos envolver por los vientos de la vanidad y ponemos la vista en los frutos perdurables. Lo que me resulta importante resaltar es cómo él se paró frente a este salto con una conciencia no solo colectiva, sino trascendental. Nunca perdió de vista lo que la cultura hip hop pone en juego y lo que puede significar jugar mal ese juego. Como si él mismo fuera el bálsamo para curar las angustias existenciales que agobiaban a Stevie Wonder en el tema original.

Cuando Weird Al Yankovic fue a hablarle sobre la parodia que iba a realizar, “Amish Paradise”, su rechazo fue absoluto. Recién los últimos años cambió su parecer, pero tampoco con tanto énfasis. Su negación y su enojo tenían fundamentos y propósitos, compromisos tomados: su canción no es un mero hit, ni siquiera es una mera canción, es un testimonio. Suyo, comunitario, intergeneracional. Es un testimonio, además, con refugio en la palabra del principal salmista bíblico. Y la palabra bíblica se conoce como palabra viva. Entonces, Coolio cuestionaba lo que él entendía como una banalización de todo esto, una banalización de un dolor desconocido por muchos, y si toda influencia es de por sí incontrolable, cuánto más peligrosa una banalización fuera de control: la parodia para él abría esta puerta.

Lo testimonial era sustancial y pone al Salmo 23 en otro lugar de importancia. Obviamente no fue elegido azarosamente por él, y esa memorización ya habla de por sí de la relación del rapero con ese Salmo. Pero él mismo lo haría aún más explícito y, una vez más, lo llevaría a lo colectivo. Más de una vez contó que a veces quería maldecir a la canción, porque lo condenaba a traerla a conversación una y otra vez, pero, a su vez, le resultaba imposible “por las bendiciones que todavía sigue dando. Siempre hay alguien que me dice que escuchando «Gangsta’s Paradise» enfrentó sus propios demonios, se libró de demonios”. En términos bíblicos, el Salmo 23 es uno de los dos Salmos de protección más poderosos y usados. Es uno de los ases de esa “vestidura de Dios” de la que luego hablarían los discípulos, la “espada de la palabra” frente a la guerra espiritual a la que estamos condenados por vivir en un mundo dominado por las tinieblas. Guerra que nos tiene a todos como víctimas y victimarios por igual, aunque no estamos abandonados a ella: para eso también vino Cristo.

Y el otro punto que me resulta indispensable resaltar para poder magnificar y apreciar lo máximo posible la importancia de Coolio es como burló todas las fronteras sociales, políticas y culturales entrando por televisión a todos los hogares en una época en la que se quemaban los discos de hip hop, se legitimaba ir a las disquerías y quitarlos de las bateas, la censura estaba a la orden del día y se pedía prisión para los artistas más representativos de la cultura, sobre todo del gangsta. 

Con “Fantastic Voyage”, 101% sonido, letra y estética g-funk, había llegado a una de las series más populares de Nickelodeon, “All That”. El canal le dio más espacio cuando “Gangsta’s Paradise” explotó y lo puso a musicalizar varios de sus sketchs y programas. Demás está decir que estamos hablando de una programación plenamente infantil, a lo sumo, hasta preadolescente. Además, supo ser la cara de las colectas anuales del canal, algo así como “Un sol para los niños” de ellos, y participó de estas jornadas hasta los últimos años. Disney no quiso quedarse atrás y también lo llevó para sus filas. De ahí, saltó a otras organizaciones que trabajan en torno al bienestar infantil.

Lo insólito es que el Coolio tapa y protagonista de medios como The Source no era diferente al que aparecía en todos estos programas infantiles y familiares. El de las noticias que salían de Compton no cambiaba su esencia frente a las empresas de medios con protocolos morales específicos. Su forma de pensar y de decir, su poesía, su look, su mirada perdida, su voz angustiante, la entrega y el compromiso con su realidad no menguaba, no se disfrazaba. Era el que era. Y este lugar que se ganó, y que tan bien usó para toda la cultura de la época y que lo mantuvo hasta la actualidad como protagonista, ni siquiera tembló cuando participó del video Temptations, un video hecho por amigos para ayudar a Tupac en la prisión. Y si había un enemigo para la televisión ese era Tupac.

Mientras abrazaba y abría la puerta para ciertas liberaciones entre jóvenes y adultos, mientras fortalecía lazos fraternales con sus colegas, había niños que, a priori, estaban destinados a ser formados bajo las tensiones raciales y las cazas estigmatizantes sobre la cultura hip hop, pero por obra y gracia del que maneja los hilos ahora estaban creciendo con Coolio en sus televisores. Esos niños siguieron creciendo con él y marcan, incluso, su reacomodamiento durante los siguientes años y el nuevo siglo, los que ya ahora se acercaban con sus hijos a él. Es que cuando algo es de Dios, dice el salmista, no hay nada que lo detenga: si está Dios, cómo van a detenernos unos simples mortales.

Coolio x Paul Bergen

Tercera estación: La eternidad

Si bien fue difícil conseguir la aprobación de Stevie Wonder, porque además de la discusión por los derechos y la regalías había una diferencia crucial en cuanto a la violencia que expresaba la letra, para los Billboard de 1995 compartieron escenario y las dos versiones del paraíso se combinaron. Rodeados de un grandioso coro, con los niños al frente, la presentación parece literalmente bajada del cielo. Al terminar, Coolio levanta el puño, lo mantiene cerrado por unos cuantos segundos y luego los abre en forma de V.

El cantar del gallo volvía a anunciar victoria y la ovación de aquella noche todavía es escuchable, al menos en la forma en la que los enviados a multiplicar la buena noticia nos enseñan a escuchar y a ver: prescindiendo de nuestros ojos, nuestros oídos, de las cosas de los hombres.

Coolio falleció el pasado 28 de septiembre, el mismo día que en 1976 salió Songs in the Key of Life. Blessed.

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