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Herbert es un disco hermoso, tan hermoso que es superior a todo lo enorme que Ab-Soul nos había mostrado artísticamente hasta acá. Y puede que esto tenga una clave aunque suena a contradicción: es su disco menos artístico, y esto no significa que no se pueda categorizar como arte. Más bien, hay un derramamiento de las herramientas del arte, de la miel y la hiel que fluyen “como ríos de agua viva” cuando se tiene una intimidad inevitable con el arte.
¿Cómo es esto?
Es un trabajo tan crudo y genuino que no hace falta que nos cuente que estas canciones nacen con una necesidad de darle voz al corazón y silenciar las ambiciones poéticas y musicales. En este caso, por ser quién es él y por la propia cultura TDE, no hablamos de ambiciones de industria ni mercado. La cosa es que cuando lo cuenta solo confirma lo que nuestro propio corazón ya nos había avisado al escucharlo: es un álbum orgánico que busca sostener una memoria, que no es lo mismo que sostener recuerdos.
Escribo esto y se me viene a la mente Tupac contando que su madre le repetía “mantente vivo”. Muerto Pac, Afeni llevó ese mensaje como bandera política, no emotiva ni existencial, bandera política como contraofensiva a un sistema que te dice de mil maneras distintas que tu vida no importa, cuando no te dice explícitamente que te quieren muerto o te empujan a un desagotamiento donde la muerte parece ser el último bastión de libertad (así, de hecho, lo vivía Tupac, en concordancia con el mantra revolucionario “libres o muertos, jamás esclavos”).
Herbert es el corazón de Ab-Soul diciéndole a él “mantente vivo”. Y solo se puede lograr esta profundidad saliéndose él del medio, de ahí que su lírica tome vuelo tan alto y sea tan lejana a todos los trabajos anteriores. Es un disco escrito 100% en un lenguaje de corazón, no de boca. El corazón no necesita hablar para decir, porque expresa; la boca solo habla, y hablar no es decir, más bien es un repetir lo que viene de la mente (nuestra big frenemy). Se dice cuando se pasa por el cora.
Dicho de otra manera, para que no se malinterprete en un sentido cursi, porque no hay nada cursi en esto, es el lenguaje del dolor en el pecho, del pecho cerrado, del pecho marcado, del pecho reventado y del ruido de todas esas partes rotas chocando contra nosotros mismos. Es un disco orgánico porque es ese ruido de golpes hecho música, por eso es arte.
Mi primera impresión visual cuando escuché Herbert fue una libre asociación con el kintsugi, una técnica japonesa que repara las porcelanas rotas bañando en oro la fusión de las partes para poner en valor su historia. Tan así que algunas piezas luego de ser restauradas se han vuelto invaluables. Y acá el punto en el que habita la comparación y hallo la esencia de Herbert: para ser realizado, el kintsugi tiene fases y, no casualidad, funcionan como espejo de cualquiera de nuestros procesos humanos. Las fases son: 1/ el accidente o acontecimiento (cuando la pieza se rompe y hay que juntar las partes), 2/ la limpieza de todas esas partes como paso fundamental para empezar a (re)armar, 3/ la espera para que cada elemento responda y rinda bien (pegado, baño de oro, etc), 4/ la restauración (la pieza terminada) y 5/ la revelación (el objeto es el mismo pero la pieza—obra ya no es la misma).
Herbert es el nombre de Ab-Soul y es él el que aparece en la portada del disco. Una foto de infancia en la que se lo ve sentado, espalda firme, sonriendo y aplaudiendo. Está rodeado de discos y con auriculares. Un espacio seguro. La contratapa ya no es Herbert, es también Ab-Soul. Está recostado en un puff sin nada alrededor. Bah, sin nada alrededor a simple vista. Me gusta especialmente que esté mirando para arriba. Para el 2020, ya había un disco en marcha, pero —pandemia mediante y todo detenido— no pasó mucho tiempo para que esas rimas se volvieran totalmente lejanas y ajenas. El encierro, la soledad y la muerte empezaron a ser nuevos ecosistemas. El aislamiento era real y heavy, corporal en relación al territorio, pero también en relación a los otros. Tarde o temprano también lo sería en relación a nosotros mismos. La pérdida de la gente querida y todo lo que de una manera o de otra se había mantenido en el molde, ya no tenía molde. La casa como espacio seguro ya no existía. El adentro y el afuera no existían, ni física ni emocional o intelectualmente. Todo ese desdibujar aún no terminamos de asimilarlo: el apuro por volver a “la normalidad”, sin jamás cuestionar a qué llamamos normalidad, solo trajo más y brutal normalidad.
El artista recuerda ese tiempo como “un apagón suicida”. De ese apagón nacen estos temas—fisuras bañadas en oro. Es cierto, ya no hay lugar seguro, supongo que entender eso es el clímax de la adultez, pero siempre nos queda el cielo. Y esto no es un final religioso ni motivacional, es una tragedia con sabor agridulce como toda experiencia que nos obliga a replantearnos orgánica y espiritualmente: Herbert es un disco vivo y un recordatorio a que el arte siempre es el ticket perfecto para llegar a destino, aunque no sea el que planeamos, pero sí el que nos toca. Y ese que nos toca no puede condenarnos, es justamente el que necesita que nos mantengamos vivos y pongamos al corazón a callar a la boca.

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