Foto portada Philip Harris
En la voz de Jessie Reyez habita la tristeza de lo que no fue, un odio profundo por aquellos que la lastimaron, la pasión latina heredada de sus raíces y la necesidad desesperada de estar mejor. La búsqueda de la sanación es, para su obra, el objetivo principal. Y en Yessie, lanzado a finales del año pasado, la artista colombiana-canadiense narra un viaje personal, sincero y agresivo para salir del abismo.
Este segundo álbum de estudio es un puñado de canciones escritas con la sangre en el ojo que responden a un punto de inflexión en la vida que ella misma señala en una de sus letras: uno recién empieza a mejorar cuando se cansa de estar jodidamente triste. Jessie demuestra, a su forma, que la rabia es un motor fundamental para exorcizar los demonios internos y desde allí empezar a reconstruir los escombros que el desamor deja tras arrasar con todo a su paso.
Es difícil etiquetar a Reyez en un género en particular: no llega a ser rap, los tintes de influencias souleras no le alcanzan para ubicarla entre sus parámetros, así como tampoco cumple con los cánones tradicionales del R&B ni tampoco del neo soul. Es todo y cada uno de esos estilos, algo que ella misma definió como un sancocho. “Tiene además aliños de cumbia, gotas de latino y gotas de canadiense. Una mezcla. Por eso es un sancocho”, dijo. Y la referencia a ese plato típico colombiano, una suerte de puchero con muchos ingredientes, no es inocente.
Ese Yessie que titula este último trabajo es también el apodo con el que su familia se refiere a ella. Como si recién ahora, después de haber irrumpido masivamente en la escena en el 2017, la artista pudiese mostrar realmente quién es, su verdadera cara. Y esa necesidad de sentirse representada está en la forma en la que el disco profundiza sobre su identidad. Porque Yessie es el recuerdo constante de lo que ella es y, también, de lo que quiere ser.

Nació hace 32 años en Toronto, Canadá. Es hija de inmigrantes colombianos, músicos también, que desde chica la mantuvieron en contacto con la cultura latinoamericana entre canciones de salsa, cumbia y vallenato. En su casa, ese refugio latino inserto en norteamérica, fue donde Jessie aprendió primero el español y luego, cuando entró en la escuela a los cinco años, el inglés. “Para mí la experiencia al principio fue difícil”, recuerda. “Uno siente que está en una ciudad dentro de la casa y después en un mundo completamente diferente cuando sale. Pero aunque me tocó sufrir el bullying porque tenía acento y porque tenía la piel un poquito más cafecita, creo que salí mejor porque me hizo el cuero más grueso. Eso me dio una mayor oportunidad de tenerle valor a la conexión con la cultura”.
Es por esto que, directamente como una declaración de principios y de reconocimiento a su sangre, como una muestra de lo que es y también de lo que busca ser, al abrir el álbum, Jessie incluye en “Mood” una interpolación de “Los caminos de la vida”. Con pinceladas personales y explotando esa pasión inherente a lo latino, se apropia de uno de los temas más reconocidos de la música de Colombia. Porque si bien la carga emotiva de la canción de Omar Geles y Los Diablitos afirma que los caminos de la vida son muy difícil de andarlos, difícil de caminarlos y no encuentra la salida, en su adaptación al inglés, la artista le aporta un color extra con aires de esperanza que la letra original no tiene, como si el primer paso del disco fuese desde el barro pero con la mirada al frente y optimismo.
«La vida no es fácil, pero de alguna forma vamos a salir adelante», canta y repite a coro como un mantra que se dice en voz alta para intentar convencerse a uno mismo y convertir en realidad eso que es pura intención o deseo. Y que ella recupere la canción más reconocida del vallenato colombiano, reversionada de a montones, no solo es una forma de dialogar con sus orígenes sino también de entender los padecimientos de esas latitudes y hacerlos propios. Es su manera de extrapolar el sufrimiento de ese tipo que ve a su madre hacer todos los esfuerzos para que la familia no pase hambre y adaptarlos a las tristezas propias producidas por la admiración a sus padres inmigrantes, mientras de forma interna también lidia con los padecimientos de la oscuridad generada por el desamor.
Sin embargo, si de las relaciones románticas se trata, la de Jessie es una forma muy decidida de habitar la partida del amado. “Aquí las cosas permanecen en el mismo sitio, inmutables, fieles a tu recuerdo. Todo vive aquí una vida embalsamada. Nadie se atreve a moverse para que nada cambie. Todo espera que vuelvas para que resuciten los objetos inanimados”, decía Gonzalo Arango, el reconocido poeta colombiano que fundó el movimiento del nadaísmo, añorando a esa que se fue y demostrando su tristeza de una forma brutal, casi humillante. En cambio, Reyez no espera el retorno de ese ausente, sino que desea acostumbrarse al lugar vacío y espera de forma desesperada el momento en que deje de doler. Y, tal como advierte en “Mutual Friend”, “Este desamor se transformó en odio”. Y odia, odia mucho. Escupe veneno, hace amenazas, se arrepiente de su benevolencia, y desde ese desprecio construye los cimientos de su nuevo imperio.

Su primera carta pública fue un EP llamado Kiddo (2017) y luego otro llamado Being human in public (2018). Es desde ese momento que Jessie está embarcada en un emotivo viaje a través de la tristeza, el hastío, el amor, la ausencia, la añoranza, las raíces y la venganza. En 2020, cuando sacó su primer disco, Before Love Came to Kill Us, esas últimas palabras o versos antes de que el amor viniese a quitarnos todo, incluso la pulsión de vida, incluyó allí la canción “Figures”, uno de los temas que catapultaron su nombre al reconocimiento internacional. Una joven Reyez narra con pena un vacío amoroso que está fresco, recién sucedido. Cuenta también cómo ese que se va la hiere sistemáticamente y piensa que con pedir perdón soluciona todo. Y ella se repite a sí misma, sabiendo que no puede hacerlo, “Wish I could hurt you back” (“Ojalá pudiera lastimarte yo también”). Años después, ya en el 2022 y con este nuevo LP, Jessie sigue cantándole a las pérdidas absurdas que no terminan nunca, y mientras referencia su propia canción muestra una maldad inmensa con aires de bondad: “And you should be grateful that I didn’t hurt you back” (“Deberías estar agradecido de que no te lastimé”).
Sin embargo, ese cambio también es la forma en la que la tristeza se transformó en un desprecio furioso. Porque la canción profundiza en esa línea con un mensaje claro: “If you died tomorrow, I don’t think I’d cry” (“si te morís mañana no creo que te vaya a llorar”). Es cruel, es cierto, pero en el universo de Jessie Reyez la crueldad tiene sentido. Y es la crueldad de sus afirmaciones que caen como sentencias de muerte la que lleva a otros a cuestionarla aunque se comprendan sus razones, casi como si alguien pudiese acusar de exagerado a aquel que negocia con sus fantasmas: “Our mutual friend asked me how I sleep with so much hate in my heart. I told them I sleep like a baby” (“Nuestro amigo en común me preguntó cómo duermo con tanto odio en mi corazón. Le dije que duermo como un bebé”).
De todas formas, su poder no reside solo en qué cosas dice, sino también en cómo lo hace. En Yessie, su voz transmite una fiereza que se logra adaptar a todos los sonidos que surfea a lo largo de las once canciones: el trap meloso y susurrado de “Forever”, donde le pide a ese alguien que se quede para siempre; el pop bailable de “Only One” mientras le dice a ese otro que ella es la única, que no quiere a nadie que la tenga como opción; la intimidad acústica de “Emotional Detachment Demo”, en la que narra una escena desgarradora en la que conoce a la nueva novia de su ex o el pedido desesperado de “Break Me Down”.
Aunque es el fuego desatado por el desamor el que guía su música, también hay una vuelta al orígen, a su forma más pura, algo que se busca desde el momento en el que uno comienza a extrañarse a sí mismo. Y desde su aparición vemos a la artista intentar sanar sus heridas a la vista de todos y no olvidar sus raíces. Su forma de hacerlo es cantar siempre una canción por disco en español. Y esto genera un recorrido aparte, un camino paralelo que nos entrega su obra y que puede valerse por sí mismo.

La primera ofrenda en español fue “Sola”, un bolero triste en el que advierte al amado que no es ella la indicada: “Yo no soy el tipo de mujer con quien tu mamá te quiere ver. Me hacen faltas tantas cosas y me fallan tantas otras. Nunca te podría complacer”, dice. La siguiente fue “La memoria”, una celebración etérea y directa a su herencia, donde le desea el mal a ese que no logra superar sobre un colchón de sintetizadores. “Está en mi cara, está en mi sangre, este es mi cabello oscuro, esta es mi piel morena. Es en la forma en que mi alma se eleva cuando escucho a Colombia. Es la forma en la que abrazo a mi madre. Mis padres deliberadamente me mantuvieron conectada a nuestras raíces, nuestra sangre”, dijo al hablar de la canción. «Adiós amor», el tema con el que cierra Yessie, completa la trilogía y es también una especie de cierre de ciclo. Porque no solo es la coronación explícita e ilusionada del proceso expuesto a lo largo de las once canciones del álbum, también funciona como un punto de llegada para ese viaje de sanación que viene realizando desde sus EPs.
Porque si a la tristeza le sucede el odio, eso luego deja lugar para el desprecio. Lo que llega después es pura indiferencia para ese que hizo mal, para ese que se fue. Y finalmente, como consuelo o un premio prometido, lo inevitable es el olvido. Y si a Jessie alguien le hizo mal, ya intentó entenderlo, le pidió que se quede, le reclamó, lo odió y le expresó su desprecio. Ahora, totalmente convencida, ella canta con indiferencia: “Y aunque el pasado me esté llamando, mi teléfono está apagado. Y aunque me duela no estoy llorando, porque yo ya di demasiado. Como el olor después de la lluvia, como el dolor después del amor. Como al sol se le va la luna, así me despido yo: Adiós amor”.
La forma descarnada en la que Reyez expone sus propias miserias e intenta reconstruirse a sí misma sellando las grietas con oro, no solo despertó admiración de parte del público sino también de colegas. “Ella canta desde su corazón”, le dijo Eminem a The New York Times. “No suena como nadie. Su estilo de cantar, la forma en que enuncia sus palabras y todo, es simplemente una droga. Parece que ni siquiera lo está intentando, y es tan buena. Su voz y sus cadencias no suenan como nadie que haya escuchado antes”. Fue el legendario rapero uno de los primeros en confiar en su potencial, al punto que ambos han colaborado mutuamente en sus discos, pero la forma en la que Jessie pone en juego su versatilidad es la que la llevó a trabajar a su vez con artistas tan disímiles como Calvin Harris, Karol G, Sam Smith, Lil Wayne o Romeo Santos.
En el mundo de la literatura, Borges intentó poner en palabras la ausencia de la amada como una cuerda que rodeaba su cuello. La poeta Laura Nagy, por su parte, decía que escribir es tener a ese que se fue en forma de esperanza. Pero Jessie Reyez, en cambio, hace canciones para olvidar, para sentirse mejor. Porque un poema puede ser una botella que se lanza al océano y que guarda una ilusión, una intención de retorno. Pero una canción es la cruda forma de escupirle en la cara a ese otro sus miserias y recordarle todo lo que no fue, todo lo que hizo.
Y una canción también puede ser el faro o ese objetivo que se persigue, mientras se canta a viva voz y de forma desesperada, casi como frente a un espejo, en voz alta y a los gritos, lo que queremos ser, en lo que nos queremos convertir. Jessie lo sabe, lo maneja y lo aprovecha. Sabe que después de atravesar el túnel de la tristeza, llegó el odio, pero también llegará el olvido. Aunque, lo que no olvida, es de dónde viene, mientras se convence de a dónde quiere ir.

Debe estar conectado para enviar un comentario.