Foto de portada Daft Punk x Mick Hutson
“Dejo fama por reconocimiento y respeto
Son años que observo desde la grada
Mis referentes o no sacan discos o no sacan sus caras”“Cine de Barrio”, Laüra Bonsai x Las Ninyas Del Corro
Día tras día transitamos una realidad en la muchos de nuestros vínculos se desarrollan a través de redes sociales, donde el establishment controla el acceso a la información, donde reina la exposición voluntaria e involuntaria de nuestras vidas en un mundo donde pareciera que nuestras experiencias solo tuvieran validez si son vistas por los demás. Si un árbol cae en el bosque y nadie lo escucha, ¿realmente hizo ruido? Si alguien no se toma una selfie en un recital, ¿realmente fue?
A través de la historia de la música se fue ampliando la exposición de los artistas más exitosos, pasando a ser hoy ciertamente un factor importante y paralelo a sus creaciones artísticas el modo en el que se presentan en redes sociales, e incluso lo que se ve a través de la ventana de las redes y los medios en su vida privada. Todo es un contenido comercializable. Es evidente la presencia en la actualidad de una sobresaturación del marketing alrededor de la música, que en muchos casos nada tiene que ver con ella. Este proceso de décadas fue cada vez tentando a más personas del rubro de la música a volcarse a los dos extremos: la exposición casi total o el anonimato.
El mercado de la industria musical mainstream hoy exige, muy claramente, ciertos requisitos en los artistas que quieren pertenecer a él, y aunque variadas personalidades se escurran entre los dedos de esta tendencia, la gran mayoría no solo promociona su música sino también una estética, un estilo de vida, una serie de representaciones que exceden su vida estrictamente artística.
Un efecto de esto a través de la historia fue la creciente tendencia a idealizar a las personas, a generar ídolos construyendo lo que nos falta ver de ellos y adecuándolos a los prejuicios positivos y negativos que tejemos como audiencia sobre su vida personal y sus valores. Hoy en día, en un momento en el cual la “cancelación” se volvió algo recurrente en las redes sociales, se estiró y deformó su utilización hacia llevarla hasta un uso práctico y trivial, con el cual todo el mundo puede estar “cancelado” por algún motivo, ya sea ideológico o con motivo de sus acciones, sin demasiada distinción entre un comentario antipático y un antecedente criminal. Esta discusión es, desde ya, muy amplia y permite diferentes ángulos de análisis sociológicos y culturales. Lo que nos compete en términos del análisis concreto de la sobreexposición de las celebridades y los artistas de cierto grado de fama, es que sin dudas es una apuesta que para muchas personas se vuelve segura a la apreciación de la reserva, de mantener fuera del ojo público sus vidas personales, e, incluso, en ciertos casos el ocultamiento total de la identidad del artista.

El anonimato que mencionamos posee sin dudas muchos niveles y muchas clases distintas, algunos incluso con intenciones radicalmente diferentes.
Es imperioso mencionar que muchos de los pioneros de esta reserva de identidad provienen del ámbito de la música electrónica. El ejemplo más conocido y más claro, sin ir más lejos, nos lo trae el dúo francés de house, Daft Punk. Pero dentro del ambiente del hip hop también hay y hubo muchísimos referentes que por razones variopintas han decidido apostar a distintas formas de anonimato, a veces en forma de artilugio para contribuir al mismo marketing desde otro prisma, y muchas otra veces como actitud contestataria hacia el sistema mercantil mediante. Es relevante, al encontrarnos con un artista que se inclina por lo anónimo, preguntarnos por qué lo hace. ¿Es una forma de aportar a su arte o es una forma de aportar a su imagen pública? Y también es fundamental darnos un baño de humildad para alejarnos de los prejuicios y del binarismo, hoy tan frecuente, de “esto está bien” y “esto está mal”. En palabras claras de Alejandro Dolina: “El intento de ser taxativo en cuestiones artísticas no conduce a la exactitud sino al disparate.”
Como puente, quizás, el ambiente de lo electrónico con el hip hop, podemos encontrar a la agrupación británica Gorillaz, por ejemplo. Aquí el asunto del anonimato corre por el carril de una fuerte construcción artística que incluye escenarios y personajes con nombre y apellido. Damon Albarn, líder de la banda y también de la agrupación de rock Blur, se escinde del resto de su carrera y repertorio musical detrás de esta puesta en escena altamente creativa para apuntar a un público distinto y para darle una identidad completamente independiente. Lo que vemos en Gorillaz es algo así como un pseudónimo visual de su música, que le habilita cierta autonomía y le da paso a una suerte de narrativa absolutamente alejada del resto de sus producciones.
Pero el hip hop siempre guardó y guardará una intensa relación con lo anónimo a través, también, de la importancia de lo colectivo. Por supuesto que la importancia de las individualidades es altamente importante también, pero sin dudas son muchos los ejemplos de colectivos (no bandas, sino crews o movimientos) los que han sido la punta de lanza en revoluciones estilísticas y políticas en la cultura hip hop: The Fabulous Five en el graffiti neoyorquino, Zulu Nation con toda la relevancia social y política que fue obra de ese colectivo, The Soulquarians con su dinámica y maestría en el rubro de la producción, el cúmulo de talentos de Griselda con su golpe sobre la mesa de la estética musical, y tantísimos ejemplos más que nos cansaríamos de enumerar.
Entre las miles de lo que consideraremos ventajas del anonimato, la persona fundamental para ilustrarlas es el increíble caso de MF DOOM. Su personalidad disruptiva y creativa encontró su canal de expresión en todo el campo que le abrió el ocultamiento, al menos parcial, de su identidad. Luego de una juventud en la que se volvió alguien localmente reconocido como parte del grupo KMD, construyó (más de un) personaje, múltiples narrativas, y un aura de misterio alrededor de su identidad que supo conjugar de forma categórica con su recorrido musical. La máscara de DOOM no solo le permitió cierto cuidado en lo relativo a su identidad, también le dio la libertad de cultivar una independencia en aspectos artísticos fundamentales que son pilares a la hora de hablar de él.

Su máscara no fue una forma de ocultar quién era, sino en la mera construcción de un yo cargado de fantasía y literatura enhila una metodología efectiva para invitarnos a un reino lúdico donde lo que es foco relevante es la lírica, la música, la épica. Hace fértil un camino que impulsa diversas formas de resistencia, el escupitajo en la cara a lo sencillo, a lo plano.
Entre los muchos artistas que hoy en día eligen cierto misterio alrededor de sí mismas, me permito resaltar a Leikeli47, una rapera de enorme talento que oculta su rostro a través de bandanas, pixelados y balaclavas en todos los aspectos de su imagen pública. Justamente, para Leikeli, cubrir su rostro – aunque tiene varias similitudes de importancia con lo que mencionábamos de nuestro all caps DOOM – no comparte estrictamente su objetivo. Para Leikeli, es un emblema de lo que quiere que la gente ignore. A la revista VICE le dijo: “Distrae de todo aquello a lo que se le presta atención: cómo se ve, cómo es su cuerpo, su complexión…” Ella tomó la determinación hace más de una década de lucir su música y divertirse, y no aportar a los siempre vigentes lugares comunes a los que se lleva a las artistas, a lo que la mirada de la industria ve cuando mira a una rapera. Menciona en muchas situaciones la “libertad” que ocultar su rostro le habilita, tanto en una actitud banksyana de rebeldía como en una cuestión más bien psicológica en lo performático. Aquí conocedores de bibliografía sobre la psicología actoral oirán ecos de muchísimas referencias teóricas y prácticas.
Estos tipos de elecciones artísticas recorren el género hip hop en todo el globo. En Argentina podemos mencionar el caso de la dupla Kamada, que persiste discursiva y estéticamente, aunque en diferentes niveles de intensidad a lo ancho de distintos proyectos, en correr la mirada de lo superficial y suelen cubrir sus caras en videoclips, fotografías y demás. En el Reino Unido, desde los terrenos del R&B, el grupo anónimo SAULT representa un nivel de minimalismo y anonimato importante y encantador, quizás influenciado porque su única cabeza conocida y confirmada es la del increíble productor Inflo (conocido principalmente por sus trabajos con Little Simz, Adele y Michael Kiwanuka). El resto de sus miembros, sin ir más lejos, no han sido confirmados.
Justamente el rol de productor es algo que cuenta con un innegable anonimato, en muchos casos consecuencia de un continuo ninguneo de su importancia pública y en otros por ser un rol en el cual sus protagonistas eligen un perfil más bajo y formas más bien alternativas de promocionar su obra. Cookin Soul, desde España, por ejemplo, cultiva un espíritu y accionar disruptivo en términos comerciales en varios sentidos. También podemos pensar en la dualidad que construyó Earl Sweatshirt a partir de sus roles de rapero y de productor (a.k.a. randomblackdude), algo también visto muchos otros artistas, como es el caso del bonaerense T&K a.k.a. Uzetaele.

Lo cierto es que los ejemplos no dejan de brotar: ejemplos de anonimato ejercido de distintas formas, de artistas que no lleguen a ese extremo pero sí tejan variados niveles de clandestinidad o de reserva. Tomar las riendas de una separación entre uno como persona y uno como artista es claramente algo que puede tener causas y motivos radicalmente opuestos. ¿Es una estrategia de cuidado o de marketing? ¿O ambas? ¿O ninguna?
Sí es cierto que en una era de sobreexposición y de la mercantilización de todos los aspectos de un artista a la hora de intentar crecer, la idea de anonimato está atada a los conceptos de contracultura o de subversión, aunque sea en sutilezas particulares. También puede significar para muchos una actitud pedante y esnob. Lo cierto es que los ejemplos que mencionamos sí reflejan la seducción que propone cierto nivel de anonimato, despegarse de el “plan infalible” para triunfar. Y, ciertamente, transitando la época que transitamos, todo lo que priorice lo que sale por los parlantes es, en algún sentido, disruptivo.
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