Ernie Barnes: arte y deporte

Arte y deporte o espíritu y fortaleza, porque en esta historia el reflejo es el mismo.

Ernie Barnes (1938) creció bajó la más estricta y brutal segregación de Carolina del Norte en la ciudad de Durham. Desde muy chico encontró en el arte y el deporte el espacio donde refugiarse, y ambos escenarios funcionaron de tal manera que a lo largo de su vida aparecen siempre juntos.

Ernie Barnes playing for the San Diego Chargers between 1960 and 1962. Photograph- Courtesy of the Ernie Barnes family trust

Barnes en San Diego Charges (actualmente Los Ángeles Charges) entre 1960 y 1962

Alguna vez planteó que el arte le daba paz mental, y esto le permitía elevar su espíritu en una realidad sumamente desigual y violenta, mientras que la disciplina del deporte y el ejercicio no sólo lo fortalecieron físicamente, también lo ayudaron a direccionar su energía y a transformar su idea de supervivencia.

Estaba estudiando arte en la NCCU (North Carolina Central University), universidad pública e históricamente negra, incluso por aquellos años se la conocía como North Carolina College for Negroes, cuando los directivos del Baltimore Colts lo vieron jugar fútbol americano. Era 1959 y así comenzaba una carrera profesional que duraría hasta 1965, momento en el que una fractura, sumada al desgaste de múltiples lesiones, lo obligó a decir basta.

Durante esos años nunca dejó de pintar. Su dedicación por la pintura se sumaba al potencial de sus obras, y esto, lejos de ser un secreto, despertaba el interés en muchos de sus compañeros, dirigentes y diversos empresarios deportivos y aledaños. Tal es así que, en cuanto el fútbol americano empezó a ser una molestia para su salud y bienestar, el destacado Sonny Werblin, dueño de los New York Jets y presidente del Madison Square Garden, primero le encargó varias pinturas y luego lo motivó a conquistar el mundo del arte. Werblin fue también el responsable de sus primeras muestras individuales en Nueva York cuando nadie confiaba en su perfil artístico.

Haber sido el primer atleta profesional de la historia de Estados Unidos en ser pintor siempre le jugó en contra, o al menos siempre le significó un comienzo desde la adversidad. Quizás uno de los momentos más sincronizados entre sus dos pasiones, y con sabor a justo, se dio en 1984 cuando fue nombrado artista oficial de los Juegos Olímpicos. Pero lo cierto es que su proveniencia deportiva, sumado a lo racial, lo relegó continuamente de las credenciales del arte. Sin embargo, su impacto fue concreto y sostenido a través del tiempo.

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The Sugar Shack

The Sugar Shack, una pieza de 1976 que muestra a un grupo de hombres y mujeres encendidos de ritmo y a puro movimiento, es su trabajo más famoso y se luce en la tapa del lanzamiento de I Want You, de Marvin Gaye. La escena está inspirada en la primera fiesta de R&B que Barnes descubrió en Durham y que la vivió desde afuera, mirando por la ventana.

Un par de décadas después de esta conexión entre Barnes y Gaye, y habiendo aportado otras tantas tapas a álbumes de diferentes artistas, entre ellos a Donald Byrd, Kanye West le encargó una obra por demás simbólica. En el año 2002 el rapero se durmió mientras manejaba y el accidente casi lo mata: “sé que tuve ángeles conmigo en ese momento, por eso también sabía que Ernie Barnes interpretaría mi experiencia como el artista que es”. La pieza, prácticamente un mural, se llama A Life Restored.

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La obra para Kanye West

Fallecido en el 2009 a causa de una leucemia, desde hace unos años para acá, con el resurgimiento de los movimientos sociales afroamericanos, su obra no solo que volvió a cobrar protagonismo copando galerías y museos, sino que también su vida ayuda a reafirmar el espíritu de determinación de una comunidad que siempre encontró en lo sociocultural la fuerza de supervivencia que la ausencia de políticas les negó.

Por eso es que podemos describir a la obra de Barnes como una enciclopedia de escenas populares, la gran mayoría atravesadas por la música y el deporte como móviles primarios y esenciales de desarrollo social que moldean la anatomía cultural comunitaria. La gran pulsión de su arte es la expresividad de sus personajes: los cuerpos se mueven, los ambientes están plenamente habitados y explorados, la soledad nunca es quietud ni desazón. La narrativa protagonista son los momentos de gente común sintiendo sus ganas, ganas que a nuestra vista se presentan en una pista de baile, en un punto ganado, en un entrenamiento, en el desahogo triunfal después de la disciplina, pero que no dejan por eso de tener una procesión interna configurada en clave política.

Es desde esta perspectiva, desde el adentro hacia el afuera, que las obras de Ernie Barnes dejan de hablarnos de supervivencia para hablarnos de libertad, una conquista que nunca es definitiva y jamás es individual.